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Capitulo 4: El pasado regresa

El silencio del departamento era sofocante. Había apagado todas las luces como si la oscuridad pudiera protegerme de aquello que me acechaba. Me senté en el sofá con el sobre aún guardado en el bolso, incapaz de sacarlo, como si al tenerlo cerca la amenaza se mantuviera contenida.

“No olvides lo que hiciste. El pasado siempre vuelve.”

Una frase simple, pero con el poder de abrir heridas que yo misma había cosido a la fuerza. Pasé las manos por mi rostro, tratando de despejarme, pero el temblor en mis dedos me delataba: estaba aterrada.

Julián no había llegado todavía. Y en lugar de tranquilidad, su ausencia solo me llenaba de sospechas. ¿De verdad estaba en otra reunión? ¿O había alguien más esperándolo, alguien como la misteriosa Clara que susurraba en sueños?

Me serví un vaso de agua, pero apenas pude dar un sorbo. El líquido me supo metálico, como si hasta mi paladar se negara a creer en la calma.

El celular vibró sobre la mesa, su luz iluminando la penumbra del salón.

Número desconocido. Otra vez.

Con el corazón acelerado, lo desbloqueé.

“Él no es tu único problema. Ten cuidado con lo que deseas.”

Sentí un golpe seco en el estómago. ¿Qué significaba eso? ¿Quién era ese “otro problema”? ¿Se referían a mí misma?

Me levanté bruscamente, caminé de un lado a otro como un animal enjaulado. La paranoia me hacía imaginar que alguien me observaba desde la ventana, que cada sombra contenía unos ojos ocultos.

Quise llamar a Julián, pero me detuve. Si las advertencias eran ciertas, ¿y si él estaba detrás de todo? ¿Y si solo esperaba que yo diera un paso en falso para terminar de atraparme?

La angustia me apretaba el pecho cuando un sonido interrumpió mi tormento: pasos en el pasillo.

No eran imaginarios. Los escuché claramente: firmes, pausados, acercándose a mi puerta.

El corazón me dio un vuelco. Corrí a echar el seguro, conteniendo la respiración como si de ello dependiera mi vida.

Y entonces… un golpe suave contra la puerta.

—Ana Paula —dijo una voz profunda, grave, cargada de un eco que me heló la sangre.

Me quedé helada, pegada contra la madera. Esa voz. No podía ser. Había pasado demasiado tiempo… y sin embargo, la reconocí al instante.

—Sé que estás ahí —continuó—. Han pasado muchos años, pero necesitamos hablar.

No podía moverme. La garganta se me cerró, mi cuerpo entero temblaba. Esa voz pertenecía a alguien que había marcado mi vida de forma irreversible. Alguien que yo misma había borrado, prometiéndome no volver a ver jamás.

—Vete —susurré, aunque mis labios apenas dejaron escapar el aire.

El silencio se extendió unos segundos. Pensé que se marcharía, que todo había sido una alucinación provocada por mis miedos. Pero entonces, el picaporte se movió lentamente.

Salté hacia atrás, con el corazón desbocado.

—No temas —dijo la voz, más cerca que nunca—. No vengo a hacerte daño.

Me quedé quieta, con los ojos clavados en la puerta. Sentía que me faltaba el aire, que mis rodillas no soportarían un segundo más. Contra todo instinto, mis dedos giraron el seguro.

Abrí apenas unos centímetros.

Y ahí estaba.

De pie frente a mí, con la misma mirada intensa que me había perseguido en sueños, con los rasgos endurecidos por el tiempo pero inconfundibles. Su presencia llenó el pasillo, cortando la respiración a cada segundo.

El hombre al que había amado, al que había perdido, al que había jurado no volver a ver jamás.

—Hola, Ana —dijo con una media sonrisa cargada de nostalgia y un brillo oscuro en los ojos—. Soy yo… Sebastián.

El pasado, al que tanto había temido, ya no era un recuerdo. Estaba frente a mí, de carne y hueso. Y en el fondo de mis entrañas, supe que nada volvería a ser igual.

“Lo había perdido todo una vez por él… y ahora estaba de vuelta para arrastrarme a sus sombras.”

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