Capitulo 3: Sospechas

No dormí el resto de la noche. Me quedé tumbada en la cama, escuchando la respiración tranquila de Julián, mientras en mi cabeza resonaban dos palabras: Clara y verdad.

A las seis de la mañana me levanté sin despertarlo. Preparé café en silencio, intentando recuperar la calma, pero cada sorbo me sabía amargo.

¿Quién me vigilaba? ¿Quién se escondía detrás de ese número? Y, lo peor, ¿qué secretos podía tener Julián?

Cuando entró a la cocina, impecable como siempre en su traje gris, me dio un beso rápido en la frente.

—Hoy salgo más tarde de la oficina. Tengo una reunión —dijo con naturalidad.

No era raro, pero después de escuchar el nombre de otra mujer en sus labios, cada palabra suya me sonaba a excusa.

—¿Con quién? —pregunté, fingiendo que mi tono era casual.

Él arqueó una ceja, sorprendido por mi interés.

—Con unos clientes. Nada importante.

Asentí, pero mi estómago se retorció.

Me aferré a la taza de café como si de ella dependiera mi estabilidad.


En el trabajo, la rutina fue apenas una sombra. No podía concentrarme, las letras en la pantalla se deshacían frente a mis ojos.

Cada vez que mi celular vibraba, un escalofrío me recorría la espalda.

Alrededor del mediodía, mientras revisaba unos documentos, llegó otro mensaje.

Mismo número.

“No ignores las señales. Ya te lo advertí una vez.”

El corazón me martilló el pecho.

No había foto esta vez, solo esas palabras, pero eran suficientes para hundirme más en el miedo.

Apagué el teléfono de golpe, incapaz de seguir leyendo. Mis manos temblaban tanto que derramé café sobre el escritorio. Nadie a mi alrededor pareció notar nada. Yo era la única que vivía ese infierno invisible.


Esa noche, Julián llegó a casa con el saco arrugado y la corbata floja.

—Perdón, la reunión se alargó —explicó, sin mirarme a los ojos.

Me quedé observándolo mientras se servía un vaso de whisky.

No sé si fueron los nervios o la paranoia, pero juraría que había perfume en su ropa. No el mío, no el habitual aroma de su loción… otro, más dulce, más ajeno.

—¿Y cómo estuvo? —quise sonar indiferente.

Él sonrió apenas.

—Bien. Un poco cansado, nada más.

Y cambió de tema con una habilidad ensayada.


Esa madrugada, cuando fui a dejar la basura en el contenedor del edificio, noté algo extraño.

Una silueta.

A lo lejos, alguien se apoyaba en un coche negro, encendiendo un cigarrillo. No vi su rostro, pero sentí su mirada clavada en mí.

Me quedé helada.

—¿Quién está ahí? —pregunté, con la voz quebrada.

El desconocido no respondió. Solo dejó que la brasa encendida iluminara un segundo sus dedos. Después, subió al auto y se marchó sin prisa, como si quisiera asegurarse de que yo lo había visto.

Corrí de regreso al departamento con el corazón en la garganta. Al abrir la puerta, Julián me esperaba en el pasillo, sorprendido.

—¿Qué hacías afuera a esta hora?

Me quedé muda.

Quise decirle la verdad, contarle lo del hombre, lo de los mensajes, pero las palabras se atoraron. Algo dentro de mí me gritaba que no confiara en él.

—Nada… necesitaba aire.

Su mirada se clavó en mí por un instante, inquisitiva, como si intentara leer mis pensamientos. Después simplemente asintió y volvió al dormitorio.


Me quedé sola en la sala, con la respiración agitada. Fue entonces cuando noté el sobre bajo la puerta.

Temblando, lo recogí. No tenía nombre, ni remitente, ni nada que lo identificara.

Dentro había una sola hoja, escrita a mano con una caligrafía demasiado familiar.

“No olvides lo que hiciste. El pasado siempre vuelve.”

El papel se me resbaló de los dedos.

No era solo Julián. No era solo “Clara”.

Alguien sabía la verdad sobre mí, esa parte de mi vida que había intentado borrar para siempre.

Y estaba dispuesto a recordármela.

“Las mentiras de Julián me atormentaban… pero mis propios secretos estaban a punto de destruirme.”

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