No dormí el resto de la noche. Me quedé tumbada en la cama, escuchando la respiración tranquila de Julián, mientras en mi cabeza resonaban dos palabras: Clara y verdad.
A las seis de la mañana me levanté sin despertarlo. Preparé café en silencio, intentando recuperar la calma, pero cada sorbo me sabía amargo.
Cuando entró a la cocina, impecable como siempre en su traje gris, me dio un beso rápido en la frente.
No era raro, pero después de escuchar el nombre de otra mujer en sus labios, cada palabra suya me sonaba a excusa.
—¿Con quién? —pregunté, fingiendo que mi tono era casual.
Él arqueó una ceja, sorprendido por mi interés.
Asentí, pero mi estómago se retorció.
En el trabajo, la rutina fue apenas una sombra. No podía concentrarme, las letras en la pantalla se deshacían frente a mis ojos.
Alrededor del mediodía, mientras revisaba unos documentos, llegó otro mensaje.
“No ignores las señales. Ya te lo advertí una vez.”
El corazón me martilló el pecho.
Apagué el teléfono de golpe, incapaz de seguir leyendo. Mis manos temblaban tanto que derramé café sobre el escritorio. Nadie a mi alrededor pareció notar nada. Yo era la única que vivía ese infierno invisible.
Esa noche, Julián llegó a casa con el saco arrugado y la corbata floja.
Me quedé observándolo mientras se servía un vaso de whisky.
—¿Y cómo estuvo? —quise sonar indiferente.
Él sonrió apenas.
Y cambió de tema con una habilidad ensayada.
Esa madrugada, cuando fui a dejar la basura en el contenedor del edificio, noté algo extraño.
Me quedé helada.
—¿Quién está ahí? —pregunté, con la voz quebrada.
El desconocido no respondió. Solo dejó que la brasa encendida iluminara un segundo sus dedos. Después, subió al auto y se marchó sin prisa, como si quisiera asegurarse de que yo lo había visto.
Corrí de regreso al departamento con el corazón en la garganta. Al abrir la puerta, Julián me esperaba en el pasillo, sorprendido.
Me quedé muda.
—Nada… necesitaba aire.
Su mirada se clavó en mí por un instante, inquisitiva, como si intentara leer mis pensamientos. Después simplemente asintió y volvió al dormitorio.
Me quedé sola en la sala, con la respiración agitada. Fue entonces cuando noté el sobre bajo la puerta.
Dentro había una sola hoja, escrita a mano con una caligrafía demasiado familiar.
“No olvides lo que hiciste. El pasado siempre vuelve.”
El papel se me resbaló de los dedos.
Y estaba dispuesto a recordármela.
“Las mentiras de Julián me atormentaban… pero mis propios secretos estaban a punto de destruirme.”