La rueda de prensa había sido un huracán. Aún con la adrenalina quemando en mis venas, fui a buscar a Julián al despacho esa noche esperando reproches, no la amenaza que me esperaba. Entré cuando todos se habían ido. Él estaba de pie junto al ventanal, mirando la ciudad como si dominara todo desde arriba.
—Saliste en la pantalla —dije, la voz seca—. Lo viste.
Se volvió lentamente. Su cara no tenía la arrogancia de antes; tenía algo más oscuro, contenido.
—Sí —respondió—. Lo vi. Y lo vi como lo que es: una manipulación.
Mi estómago se contrajo.
—¿Entonces? —pregunté. —¿Qué harán ahora?
Acercó un vaso de whisky a la mesa, lo sostuvo entre las manos y sonrió, pero sin cariño.
—Ahora te quitas de en medio, Ana. O hago que la historia cambie de forma. Pienso mostrar todo lo que falta. Testigos, firmas, correos… Puedo hacer que parezcas la autora de la gran estafa. ¿Crees que me dolería verte arrastrada?
El mundo se me vino encima.
—No puedes… —susurré—. Eso destruiría a nuestra familia.
—E