El salón estaba lleno de luces doradas y aplausos bien ensayados. Julián hablaba en el escenario con esa voz grave que podía hipnotizar a cualquiera.
—La confianza —decía— es la base de todo crecimiento.
Las pantallas detrás de él proyectaban gráficos ascendentes, cifras limpias, imágenes de proyectos impecables. Nadie sospechaba que en cuestión de minutos ese escenario se convertiría en un campo de ruinas.
Yo apretaba las manos sobre mi regazo. El celular vibró discretamente: un mensaje de Sebastián.
“Ahora.”
Elevé la mirada hacia el fondo del salón. Lo vi moverse con seguridad, pero en ese instante, algo salió mal.
Las pantallas parpadearon, pero no mostraron el video de Julián y Clara. En su lugar, aparecieron códigos encriptados, letras incomprensibles, como si el sistema se hubiera bloqueado. El murmullo del público llenó el aire.
Otro mensaje de Sebastián:
“Interferencia. No era el plan.”
El corazón se me encogió. ¿Había sido descubierto? ¿Alguien estaba bloqueando la señal?
Ju