La mañana de la conferencia amaneció con un cielo limpio, como si el mundo quisiera borrar las tormentas de los últimos días. Yo me preparé con movimientos mecánicos: maquillaje impecable, cabello recogido, el vestido negro que Sebastián me había pedido usar. Julián me observaba desde la puerta, con una sonrisa de satisfacción.
—Deslumbras, Ana. Esta noche todos recordarán tu nombre.
Asentí, sin mirarlo a los ojos. Ya lo recordarán… pero no como imaginas.
Llegamos al Hotel Imperial en un auto negro. Las puertas giratorias brillaban con reflejos de cristal y oro. Los flashes de fotógrafos ya iluminaban la entrada, mientras periodistas gritaban preguntas sobre la “pareja ejemplar”.
Julián descendió primero, ofreciendo su mano como si fuéramos realeza. Yo la tomé, forzando una sonrisa que ocultaba el huracán dentro de mí.
Adentro, el vestíbulo era un desfile de trajes caros, perfumes intensos y sonrisas calculadas. El murmullo de conversaciones hablaba de dinero, inversiones, poder. Y al