Volví de la biblioteca con la cabeza a punto de estallar. El apellido de Clara seguía repitiéndose en mi mente como una alarma: Valverde. El mismo que el mío. El mismo que había intentado dejar atrás cuando me casé con Julián.
Caminé de un lado a otro en la sala, con la foto de Julián y aquella mujer aún escondida en el cajón, y la nota con esa caligrafía que me perseguía. Sentía que estaba rodeada de piezas de un rompecabezas, pero ninguna encajaba todavía.
El sonido de la cerradura me sacó del trance. Julián entró, impecable como siempre, con el saco sobre el brazo y esa sonrisa que ya me parecía una máscara.
—Llegaste temprano —comenté, conteniendo la rabia que me ardía en el pecho.
—Sí, terminé antes de lo esperado. —Dejó las llaves en el bol de la entrada y se acercó para besarme en la frente.
Me tensé. Ese gesto, antes tan familiar, ahora me resultaba insoportable.
—¿Todo bien? —preguntó, notando mi rigidez.
—Sí —mentí.
Nos sentamos a cenar. La mesa estaba llena de silencio, int