El eco de la puerta cerrándose detrás de Julián aún resonaba cuando mi celular vibró sobre la mesa. Un mensaje, número desconocido.
“Necesitamos hablar. Esta noche. No lo ignores.”
Supe de inmediato quién era.
El resto del día caminé como una sombra, atrapada entre la rutina y la ansiedad. Cada rostro en la oficina se me antojó extraño, cada llamada una amenaza. Apenas cayó la noche, regresé a casa con el corazón golpeándome en el pecho.
A las diez en punto, el timbre sonó.
Sebastián.
Entró sin pedir permiso, como siempre. Sus ojos recorrieron el lugar como si buscara señales invisibles. Se quedó de pie frente a mí, en silencio, hasta que no aguanté más.
—¿Por qué me buscas tanto? —exigí, cruzando los brazos.
—Porque sé lo que está pasando. —Su voz era firme, sin titubeos—. Y porque tarde o temprano Julián va a destruirte.
Mi respiración se agitó.
—¿Y esperas que confíe en ti?
—No —dijo, y sacó un sobre del interior de su chaqueta—. Por eso traje esto.
Lo dejó caer sobre la mesa. Lo m