El amanecer llegó con un peso extraño. No dormí en toda la noche; apenas cerraba los ojos, el nombre se repetía una y otra vez en mi mente como un eco interminable: Clara.
Julián salió temprano. Se despidió con un beso fugaz, como si la rutina pudiera tapar el abismo que se abría entre nosotros. Yo me quedé sola, con la taza de café intacta en las manos y la foto escondida en el cajón de la sala.
No podía seguir ignorando lo evidente. Necesitaba respuestas.
Tomé el bolso y salí a caminar por la ciudad. No tenía un destino fijo, pero mis pasos me llevaron frente a la biblioteca municipal. Dudé, hasta que una idea me atravesó: si Clara formaba parte de mi pasado, como Sebastián insinuaba, tal vez hubiera una huella.
Entré con el corazón acelerado. El olor a papel viejo me golpeó como un recuerdo dormido. Fui hasta la sección de periódicos archivados, donde viejos ejemplares amarillentos esperaban a quien quisiera hurgar en ellos.
Tecleé su nombre en la computadora del archivo digital: C