Laura fue esposada y la llevaron frente a la casa. Los vecinos, curiosos, se asomaban con murmullos.
Mis padres no podían contener el llanto.
Se daban golpes en el pecho mientras observaban a esa hija de corazón venenoso, capaz de asesinar a su propia hermana por satisfacer sus deseos egoístas.
No sabían qué decir.
Desde pequeña, la hija menor siempre fue dulce y obediente.
¿En qué momento se convirtió en alguien tan cruel, con un corazón tan venenoso como el de una víbora?
—¡Padre, madre! ¡Por favor, sálvenme!
—¡Apúrate! Contrata un abogado y presenta una disculpa escrita. —su voz se quebraba—. ¡Evina ya murió, yo soy su única hija ahora!—gritó Laura de rodillas, temblando. Su falda se humedecía por el miedo.
Resulta que ella también le temía a la muerte, que sí comprendía lo valiosa que es la vida.
Mi madre se tambaleó y se puso de rodillas frente a ella. Le acarició el cabello con desgana. Pero luego, una bofetada tras otra azotaron la cara de Laura.
—¡Asesina, pagarás por lo que