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La Mentira que Todos Sabían Menos Yo

La Mentira que Todos Sabían Menos YoES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Jade Próspero  Completo
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Resumen
Índice

«Ofende a alfa Carlos, e Irene intercederá por ti. Pero si enfadas a Irene, no quedarán ni tus huesos». Esta frase corría como la pólvora entre los lobos de alta sociedad. Yo soy Irene. Y solo por un juego, decidí romper el contrato de pareja con Carlos. En aquel juego, él, borracho, soltó: —Me encanta apoyar la cabeza en el vientre de una embarazada y escuchar el latido de la cría. El salón se sumió en un silencio glacial. Todas las miradas se clavaron en mí. No había sorpresa en esos ojos, solo compasión hacia mí —la Luna legítima— y el pánico de un secreto al descubierto. Me di cuenta al instante. Todos sabían que Carlos tenía una cría con otra mujer. Y todos le habían encubierto. Porque conocían una verdad: yo era la vida de Carlos. Si lo descubría, lo abandonaría... y él enloquecería. Hay que admitir que me entendían demasiado bien. Tras conocer la verdad, preparé tres cosas: Primera: Arrojé al horno de fundición el anillo de bodas que Carlos diseñó para mí. Los diamantes estallaron en un arcoíris de despedida. Segunda: Guardé en un USB el video donde Lilia me provocaba con su embarazo. Tercera: Presenté ante el Departamento de Asuntos Lupinos mi solicitud para ser investigadora en la Isla Glacial, un refugio aislado del mundo. El día que abandoné la manada era justo el séptimo aniversario de nuestra boda. Y yo... me esfumaría de su vida como humo en el viento.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Apreté el vino tinto amargo contra mi paladar, forzando una calma que no sentía.

—¿Cuántos meses tiene la cría? —pregunté con una voz casi ahogada.

Carlos se estremeció como despertando de un sueño. La copa de cristal estalló entre sus dedos.

Las esquirlas se clavaron en su palma y la sangre resbaló por sus nudillos.

Pero ni siquiera pestañeó. Se abalanzó sobre mí, atrapándome en un abrazo feroz mientras temblaba:

—¡Irene, no es lo que piensas! ¡La cría fue un accidente!

Mi loba aulló de agonía en lo más profundo de mi ser.

Conteniendo el nudo en mi garganta, articulé palabra por palabra:

—Así que... ¿de verdad dejaste que otra mujer llevara tu cría?

El silencio de Carlos fue su única respuesta.

Cerré los ojos y las lágrimas silenciosas ardieron en mis mejillas.

Al imaginar sus brazos alrededor de otra, lo empujé instintivamente y giré para huir.

Él me siguió hasta la entrada, pero su teléfono resonó en ese instante.

Una voz melosa atravesó la línea:

—Alfa, tu pequeñín no para de patear a tu tesoro... ¡Me está matando!

Un dolor afilado me atravesó el pecho. Aceleré el paso.

No escuché sus pisadas tras de mí. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. ¿Alivio? ¿O desolación?

Marqué el número de mi mentor.

—Profesor, acepto unirme al proyecto de investigación médica en la Isla Glacial.

—¿En serio? —La sorpresa teñía su voz al otro lado—. ¡Es maravilloso! Necesitamos a una doctora en medicina como tú. Pero el nivel de confidencialidad es máximo. Cortarás todo contacto con la tribu.

—¿Tu alfa lo permitirá? Si desapareces un instante, moviliza a toda la manada...

Mi mirada se apagó.

—Rompí el vínculo de apareamiento con Carlos.

Una pausa. Luego, una respuesta discreta:

—Entendido. Prepararé los documentos. Te unirás al equipo en tres días.

Al colgar, la pantalla gigante a mis espaldas mostraba una entrevista a Carlos.

—Alfa, veo que acaricia su anillo. ¿Un simple aro liso? ¿Algo especial? —señaló la presentadora señaló con agudeza.

—Es mi alianza —sonrió Carlos con ternura.

—¿Con su estatus? ¡Debiera ser de piedra lunar!

—Lo forjé en oro hace siete años. Lo tallé con mis manos... —su dedo rozó el interior—. Grabé dos nombres: Carlos e Irene.

—¡Vaya! ¿Carlos y…?

—Irene. Mi Luna se llama Irene.

—¡Qué envidia...! Bendecida por la diosa lunar.

Él bajó la mirada.

—Supliqué a la diosa lunar incontables veces para que fuera mi Luna.

—Hoy cumplimos siete años. Cuando solo era un lobo sin rango, ella creyó en mí. Incluso perdió... —su voz quebró— ...nuestra primera cría al salvarme.

—Irene es mi único compañero. En tres días, en nuestro aniversario, renovaré votos ante toda la manada.

Murmullos de admiración brotaron entre los lobos.

«¡El alfa que más ama a su Luna!», exclamaban.

Sí. Todos creían que yo era su razón de vivir. Hasta hoy, yo también lo creí.

Miré el anillo de oro que llevé siete años —que él jamás me permitió quitarme— y entré en una joyería.

—Fúndalo, por favor.

El artesano examinó la pieza, luego a mí:

—¿Acaso es usted... la Luna Irene?

Su compañero negó con un gesto:

—Imposible. Solo es una coincidencia. El alfa adora a su Luna. ¿Por qué la fundiría?

Una sonrisa desgarrada me recorrió los labios. Pagué en silencio y salí.

Caminé sin rumbo hasta que un vehículo familiar se recortó en la calle. Su coche. Estacionado, como esperando.

El viento helado me azotó el rostro mientras lo observaba. Un torbellino de emociones me ahogaba.

Mis pasos se ralentizaron.

«¿Por qué guardas esperanzas?», me maldije.

¿Esperaba que estuviera allí... por mí? Dudé. ¿Enfrentarlo o huir?

Tras una eternidad, respiré hondo y avancé. Cada paso era un alambre de espinas.

De pronto, Carlos bajó del auto y abrió la puerta del acompañante.

Una joven bajaba con cuidado, su mano acariciando su vientre abultado mientras él la sostenía.

—Contuve la respiración.
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