La tensión vibraba en el aire como un hilo a punto de romperse. Lia sentía el corazón en la garganta y el miedo en su torrente sanguíneo, mientras observaba desde el otro lado del cristal como vampiros rodeaban a Cassian, más que dispuestos a destrozarlo.
El pelaje oscuro de Cassian estaba empapado de su sangre, brillaba bajo la luz de la luna como un fuego apagado, y sus ojos dorados, apenas abiertos, reflejaban el dolor y la furia contenida. Cada respiración era un esfuerzo titánico, cada gruñido un desafío a los que lo rodeaban.
Entonces, repentinamente, Dorian apareció en la escena. Eran un depredador que parecía arrancado del mismo corazón de la noche, fundiéndose con las sombras, mientras sus ojos carmesí ardían con la intensidad de un incendio que no podía ser apagado. Con cada paso trazaba una sentencia sin huída, mientras interrumpía aquél momento que parecía inevitable.
Lia lo observó acercarse y una mezcla de incredulidad y calma la invadió. Él había dejado libre a Craven j