Lia despertó entre pestañeos perezosos, disipando los restos de sueño mientras observaba a su alrededor buscando reconocer dónde se encontraba. No había candelabros de cristal, ni muros con retratos antiguos, ni la amenaza de Craven inclinándose sobre ella.
Se incorporó lentamente. Estaba en una cama cómoda pero sencilla, cubierta por cálidas mantas. Sus ojos recorrieron la habitación de una cabaña. Paredes de troncos, estanterías con frascos de vidrio, una chimenea apagada. Aunque no sabía dónde estaba, en aquel lugar sentía una calidez extraña, casi hogareña.
La puerta se abrió repentinamente y una mujer de cabello castaño trenzado entró, pero apenas cruzó el umbral se detuvo al ver a Lia despierta. Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue y, con un gesto solemne, se inclinó ante ella.
—Luna —susurró con voz reverente.
Lia se vió confundida, en su mente trató de asimilar la palabra.
—¿Qué…? —balbuceó, sin comprender.
La mujer levantó la cabeza y sus ojos brillaron como si la cono