El sol comenzaba a esconderse tras las montañas, tiñendo el cielo de rojo y naranja. La noche se acercaba, y con ella, la tensión aumentaba. Cada instante podía ser decisivo. Cada decisión podría significar la vida o la muerte de Carlos, Claudia y Lía.
Marisol, la joven criada, observaba cómo partían los hombres al bosque. Aún con el corazón acelerado, sentía que debía mantenerse firme: había sido testigo de todo, y su testimonio era ahora era crucial.
---
Carlos avanzaba con cuidado, cada paso vigilado, mientras los bandidos lo mantenían firmemente sujeto junto a Claudia y Lía. La joven exhalaba sollozos ahogados y se aferraba a Carlos como si solo él pudiera protegerla. Lía, por su parte, luchaba contra el miedo que le paralizaba el cuerpo, temblando con cada crujido del bosque que parecía más intenso con la llegada de la noche.
—¡Cálmense! —gruñó uno de los bandidos—. No queremos problemas, solo obediencia.
El camino se hacía cada vez más estrecho y oscuro. Los árboles formaban un