Capitulo 41

Había pasado un mes desde la partida de Carlos y su madre de Pueblo Chico y de La Esperanza. Durante ese tiempo, Alondra había vuelto a su vida cotidiana: cuidar del ganado, recorrer los potreros y atender de cerca a don Emilio, que cada día parecía más frágil.

—No te preocupes por mí, muchacha —le decía él con una sonrisa cansada—. Lo importante es que tú sigas fuerte.

—Mientras yo respire, usted no va a estar solo, don Emilio —respondía ella, ajustándole la manta sobre los hombros.

Lía y Mateo, entre tanto, se habían mudado a su nueva casa. Aún sin lujos, se notaba en ellos la esperanza de construir un futuro distinto.

Alondra, movida por la justicia de su corazón, tomó una decisión que generó discusiones en la hacienda: entregó unas cuarenta vacas a varias familias que habían sufrido por culpa del exbandido.

—¡Te dije que no lo hicieras! —reclamó don Emiliano con el ceño fruncido—. Esas reses eran parte del patrimonio de La Esperanza.

—No son solo reses —replicó Alondra con firmeza
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