Después de despedirse de Malena, Carlos y Claudia subieron a la camioneta. Juan Pablo los conducía rumbo al pueblo, con la intención de dejarlos cerca de la iglesia para luego continuar el viaje hacia la ciudad.
Don Emilio, antes de marcharse, había tomado a Malena del brazo para hablarle en privado.
—En unos meses, señora, —le dijo con firmeza— los documentos estarán listos. Será cuestión de tiempo que pueda iniciar los trámites de la hacienda y recibir el primer pago.
Malena asintió con un gesto serio y le estrechó la mano.
Carlos, en cambio, guardó silencio. Durante meses había alimentado ilusiones con esas tierras… ilusiones que ahora se le antojaban un espejismo. Miraba por la ventana del vehículo con un peso en el pecho.
Cuando llegaron al pueblo, un murmullo fuerte y constante los obligó a detenerse. Frente a ellos, una multitud se agolpaba en la plaza principal. Gritos, pancartas improvisadas y un ambiente tenso dominaban el lugar.
—¿Qué estará pasando ahora? —preguntó Juan Pa