El amanecer cubría la ciudad con un tono grisáceo, como si incluso el cielo se rehusara a iluminar un día tan cargado de incertidumbre. Emma no había dormido. Las ojeras marcaban la huella de noches en vela, y sus dedos temblaban al sostener la taza de café que Harry le había preparado sin decir palabra.
Ninguno de los dos podía hablar mucho últimamente. Las palabras dolían, eran inútiles frente al vacío que sentían desde la desaparición de Eugene. Una llamada interrumpió el silencio. Harry contestó al instante.
Era el inspector Davies.
—Doctor Withmore, tenemos novedades —dijo el hombre al otro lado de la línea—. Capturamos al sospechoso.
—¿Richard? —preguntó Harry, tensándose.
—Sí. Lo encontramos cerca del hospital. Dijo que quería entregarse antes de que lo arrestáramos. Está en la estación.
Emma se llevó una mano a la boca.
—¿Richard? No…
Harry la miró con una mezcla de tristeza y determinación.
—Tenemos que ir.
---
El camino a la comisaría se hizo eterno. Emma no podía creerlo. R