Un par de horas antes, el aire dentro de la morgue seguía siendo pesado, cargado de desinfectante y silencio. Liam observaba los documentos del informe forense mientras los técnicos recogían el cuerpo del chófer para realizar una segunda revisión. La luz blanca del lugar le irritaba los ojos, pero no se movió. Algo en su interior le decía que no todo estaba dicho.
—¿Está seguro de que no había nada más? —preguntó al médico forense. El hombre, acostumbrado al tono imperativo de los Rothwell, negó sin mirarlo.
—Solo la ropa, señor. Ya se registró todo. ―Liam frunció el ceño.
—Vuelvan a revisarla. Bolsillos, costuras, todo. ―Charlie, que lo observaba a un lado, cruzó los brazos.
—¿Cree que alguien se arriesgaría a dejar evidencia en algo tan obvio?
—A veces los errores ocurren —respondió Liam sin apartar la vista del cuerpo cubierto. Minutos después, uno de los ayudantes regresó con un guante en la mano. Dentro, un trozo de papel arrugado.
—Esto estaba en el bolsillo interior del abrigo