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Capítulo 3: Entre desconocidos y reproches

El sol apenas comenzaba a asomarse por los ventanales del hospital cuando el joven movió la mano sobre la sábana, frunciendo el ceño. Sus párpados se abrieron lentamente y se encontró con un techo blanco, frío y brillante. Parpadeó varias veces, intentando reconocer dónde estaba.

—Ah… —murmuró, la voz áspera y ronca—. ¿Quién… me ha traído aquí?

Violeta estaba sentada en la silla junto a la camilla, revisando un cuaderno de pacientes. Levantó la vista y frunció el ceño al verlo abrir los ojos.

—¡Estás despierto! —exclamó con alivio, aunque conteniendo su entusiasmo—. ¿Se siente bien?

—¿Bien? —replicó él, incorporándose un poco—. ¡Por favor! Apenas puedo mover el brazo, el tobillo me duele… y esta sábana es un horror. ¿Quién demonios eres?

—Soy la enfermera que te encontró en el río —dijo ella, tratando de mantener la calma—. Me llamo Violeta.

El joven arqueó una ceja, con una sonrisa ladeada que no lograba ocultar cierta arrogancia:

—¿Violeta? Bueno, supongo que al menos tienes un nombre… aunque parece que yo… —Se detuvo abruptamente, mirando sus propias manos—… no sé quién soy.

Violeta lo miró con sorpresa, pero antes de poder preguntar más, él continuó con tono impaciente:

—Vamos, ¿quién te crees que soy? —dijo con un dejo desafiante, como si esperara una reverencia o una explicación extravagante—. Seguro alguien muy importante, ¿verdad?

Ella suspiró, intentando medir sus palabras.

—Intenté buscar algo que indique quién eres… pero no hay nada. Ni identificación, ni teléfono, ni documentos.

Él frunció el ceño y abrió la boca para replicar, pero de repente su expresión cambió a confusión:

—No… recuerdo nada… —su voz bajó, como si el mundo se hubiera vaciado a su alrededor—. ¿Cómo puede ser?

Violeta sintió un nudo en el estómago. La evidencia era clara: había perdido la memoria. Respiró hondo y asintió, tratando de mantener la calma para no alarmarlo más.

—Está bien —dijo, con voz firme pero suave—. No es tu culpa. Lo importante es que estás vivo. Voy a buscar al doctor, quién hará los exámenes necesarios.

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Harry apareció pocos minutos después, con bata blanca y el ceño fruncido, aunque una leve sonrisa se formaba en sus labios al ver a Violeta allí.

—Veo que despertó —dijo, mientras revisaba los signos vitales del joven—. ¿Cómo se siente?

—Confundido… y fastidiado —respondió él con un hilo de voz—. No recuerdo nada.

Harry frunció el ceño, pero su mirada se suavizó al fijarse en Violeta. Ella, por su parte, estaba demasiado concentrada en el joven para notar la atención que él le dedicaba.

—No te preocupes —dijo el doctor, mientras comenzaba los exámenes de memoria y coordinación—. Es temporal. Lo más probable es que se trate de amnesia post-traumática. Por ahora, necesitamos mantenerlo bajo observación y tranquilidad.

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Mientras Harry trabajaba y hacía los exámenes prudentes, Violeta decidió regresar a su apartamento para cambiarse y luego ir a su turno en el comedor comunitario. Antes de irse, colocó al joven cómodamente en la cama, cubriéndolo con mantas, y dejó instrucciones claras:

—Harry vigílalo, por favor. No lo dejes moverse mucho.

—Confía en mí —dijo él, con una mirada que decía más de lo que quería admitir.

Violeta salió del hospital y respiró el aire fresco de la tarde. Caminó entre calles bulliciosas, saludando a conocidos del comedor.

—¿Cómo está tu papá? —preguntó una de las cocineras, mientras movía las ollas—.

—Mejorará —respondió con una sonrisa ligera, aunque el peso de la responsabilidad aún la acompañaba—. Eso espero.

Trabajó varias horas allí, cocinando y repartiendo comida. Por primera vez en días, disfrutó de su labor: el olor del guiso, el calor del horno, las risas de los niños que comían felices. El estrés de los hospitales y de la vida cotidiana se diluyó, aunque solo por unas horas.

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Alrededor de las cinco de la tarde, regresó al hospital. El cielo estaba gris, y el viento helado le golpeaba el rostro. Al entrar, buscó a Harry, pero no lo encontró en la sala de control ni en el pasillo.

—Debe estar ocupado —murmuró para sí misma—. Seguramente atendiendo otra emergencia.

Se dirigió a la habitación del desconocido, pero se detuvo abruptamente al escuchar ruido: un movimiento extraño, golpes y risas contenidas.

—¡No puede ser…! —susurró, mientras avanzaba sigilosamente.

Allí estaba el joven. Cojeaba hacia la puerta, intentando quitarse la bata hospitalaria que estaba mal puesta, dejando al descubierto parte de sus posaderas. Varias señoras en el pasillo lo miraban sin pudor, murmurando entre ellas.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —gritó Violeta, acercándose rápidamente mientras se quitaba la sudadera.

—¡Yo… yo… solo intento salir! —dijo él, con voz entrecortada—. Me… me siento atrapado.

Violeta suspiró, mientras envolvía la prenda alrededor de su cintura para cubrirlo:

—Si acaso te volviste loco… —dijo, con un hilo de voz, mientras lo ayudaba a detenerse.

El joven la miró y, por un instante, su expresión se suavizó. Ella era la única cara conocida que tenía en ese momento, y eso le daba algo de seguridad.

—Bien… gracias —murmuró, aunque con un dejo de orgullo herido.

Entre forcejeos, reproches y empujones suaves, Violeta logró regresarlo a la camilla. Harry apareció en ese instante, visiblemente apenado.

—Perdón —dijo, respirando con dificultad—. Me quedé dormido. Anoche estuve tirando informes y… bueno, lo siento.

Violeta suspiró, comprendiendo.

—Está bien, Harry. Solo asegúrate de vigilarlo.

—Ya lo hago —respondió él con un leve guiño.

Luego, se volvió hacia el joven, que ahora estaba sentado en la cama, cubriéndose con la manta y la chaqueta de Violeta.

—Es oficial, tiene pérdida de memoria temporal —explicó—. No sabemos quién es ni hay identificación. La policía lo entrevistó, pero fue poco cooperativo y grosero, así que no hay mucho avance.

Violeta se llevó una mano a la frente, estresada.

—No sé qué hacer… —susurró, mirando al joven—. No puedo simplemente dejarlo aquí.

Harry se acercó, tratando de tranquilizarla.

—Puede quedarse en el hospital mientras tanto.

—No puede —dijo Violeta con firmeza—. Hay cuentas que pagar… y no solo aquí. Creo que debo llevármelo.

—Puede quedarse, no te preocupes por el dinero.

El joven, con una sonrisa sarcástica y arrogante, intervino:

—No te preocupes por eso, enfermera. —Miró a Harry—. No te pongas celoso, de todos modos no me interesan las chicas como ella.

Violeta suspiró y se cruzó de brazos.

—Haré lo posible por ayudarlo a recuperar la memoria —dijo, con voz decidida—. Por ahora, se queda conmigo.

Harry la miró, comprendiendo que no podría discutir. Solo asintió, dejando escapar un pequeño suspiro, mientras los ojos de Violeta se posaban en el joven, quien la miraba con esa mezcla de arrogancia y vulnerabilidad que la desconcertaba.

Y así, la noche cerró sobre ellos, con la incertidumbre flotando en el aire, y la promesa silenciosa de que esta extraña convivencia apenas comenzaba.

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