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Capítulo 2: Entre la vida y el deber

El sonido de las sirenas rompió el silencio del bosque minutos después de que Violeta lograra encender la linterna de emergencia. Sus manos temblaban mientras intentaba mantener la compresa improvisada sobre la herida del desconocido. La lluvia seguía cayendo, empapando su cabello y la chaqueta que ahora cubría el cuerpo de él.

El resplandor azul y rojo de la ambulancia la cegó por un segundo. Dos paramédicos corrieron hacia ellos.

—¡Aquí! —gritó Violeta, con la voz ronca.

—¿Qué ha pasado? —preguntó uno, arrodillándose junto al cuerpo.

—Lo encontré en el río —dijo con dificultad—. Está herido en el abdomen y… creo que tiene una fractura en el brazo.

El otro paramédico la miró con sorpresa.

—¿Es enfermera?

—Sí, del St. Bernard’s.

Los hombres asintieron, y sin más palabras comenzaron a trabajar. Violeta los ayudó a colocar la camilla y a estabilizar al joven. En ese momento, no sintió frío ni miedo. Solo el deber de salvarlo.

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El hospital estaba iluminado como un faro cuando llegaron. Violeta caminaba a paso rápido junto a la camilla mientras el personal de urgencias se preparaba. Su uniforme estaba empapado, el cabello desordenado, y las manos cubiertas de barro.

—¡Llévenlo a la sala tres! —ordenó una voz grave.

Violeta levantó la vista. El doctor Harry Whitmore se acercaba con una bata impecable y el ceño fruncido. Sus ojos azules se detuvieron en ella antes de fijarse en el paciente.

—Violeta… ¿qué demonios ha pasado? —preguntó en voz baja mientras caminaba junto a la camilla.

—Lo encontré en el río. Estaba inconsciente. —Su voz tembló, pero mantuvo la compostura—. Tiene una herida punzante y signos de hipotermia.

Harry asintió sin dejar de observarla. Notó cómo sus labios estaban amoratados por el frío y cómo intentaba disimular el temblor de las manos.

—Ve a cambiarte. Estás empapada. Te enfermarás.

—Estoy bien —respondió, sin mirarlo.

—No lo estás —dijo él, más suave, pero con una firmeza que no dejaba lugar a discusión—. Deja que yo me encargue de él.

Violeta asintió y retrocedió un paso, viendo cómo los médicos desaparecían tras las puertas metálicas. Se quedó de pie en el pasillo vacío, el sonido de los monitores y el olor a desinfectante llenando el aire. Solo entonces notó el peso del cansancio.

Fue al vestidor, se cambió por una bata seca y se miró al espejo. Sus ojos reflejaban una mezcla de agotamiento y algo más: inquietud. No sabía por qué, pero aquel desconocido no salía de su cabeza.

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Dos horas después, la puerta de la sala se abrió y Harry salió, quitándose los guantes quirúrgicos. Se frotó el cuello, respirando hondo. Cuando la vio sentada en una banca del pasillo, su expresión se suavizó.

—Vivirá —dijo, con una leve sonrisa—. Fue una suerte que lo encontraras a tiempo.

—¿Qué tan grave estaba? —preguntó ella, poniéndose de pie.

—La herida era superficial, aunque perdió algo de sangre. Tenías razón: el brazo está fracturado y el tobillo dislocado. Nada que no podamos reparar. —Hizo una pausa—. Pero hay algo más.

Violeta frunció el ceño.

—¿Qué?

—No tiene identificación. Nada. Sin teléfono, sin billetera, sin documentos.

Ella recordó la escena del río.

—Tenía un reloj costoso… pero no más.

Harry asintió, pensativo.

—Tal vez fue asaltado. O… algo peor.

—¿Llamaron a la policía?

—Ya vienen. Mientras tanto, lo mantendremos en observación. —La miró con un dejo de preocupación—. Pero tú deberías irte a casa, Violeta. Has tenido un día largo.

Ella negó con la cabeza.

—No puedo. Quiero saber si despierta.

Harry la observó por un momento. Podía discutirle, pero sabía que era inútil. Violeta tenía esa determinación que no admitía órdenes. Así que solo suspiró.

—Está bien —dijo al fin—. Pero si te desmayas, te mando a cama yo mismo.

Ella sonrió, apenas.

—Trato hecho.

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La habitación 204 era silenciosa. El joven yacía sobre la cama, con una venda en el abdomen y el brazo inmovilizado. La luz blanca hacía brillar su piel pálida. Tenía facciones suaves, casi elegantes, y un aire sereno que contrastaba con la violencia del accidente.

Violeta se sentó en la silla junto a la cama. Lo observó unos segundos. No parecía un vagabundo, ni un corredor cualquiera. La pulsera de titanio en su muñeca y el reloj digital de diseño decían otra cosa.

—¿Quién eres? —susurró.

El silencio fue su única respuesta.

Horas más tarde, Harry entró en la sala. Llevaba una taza de café en la mano.

—Sabía que seguirías aquí.

—No puedo irme —dijo ella, mirando el suelo—. Si no fuera por mí, quizá seguiría en el río.

—Y si no fuera por ti, estaría muerto —replicó él suavemente.

Ella lo miró. Harry evitó sostenerle la mirada demasiado tiempo, pero su expresión lo decía todo. No era solo preocupación profesional; era algo más profundo, más silencioso.

—Has hecho suficiente por hoy —continuó él, colocándole la taza entre las manos—. Tómate esto. Te ayudará a entrar en calor.

—Gracias. —Violeta bebió un sorbo. El calor del café le recorrió el cuerpo cansado—. ¿Crees que despierte pronto?

—Difícil saberlo. Sufrió una contusión leve en la cabeza. Pero si todo va bien, mañana podrá abrir los ojos.

Ella asintió. Miró nuevamente al paciente y se preguntó qué historia había detrás de esa herida, de ese rostro tranquilo.

Harry la observó en silencio unos segundos más. Quería decirle que descansara, que no cargara sola con el mundo, que él estaba allí. Pero no lo hizo. En cambio, se limitó a decir:

—Llamaré a la policía cuando amanezca. Si nadie lo reclama, tendremos que asignar un tutor temporal.

—¿Un tutor?

—Alguien que responda por él mientras no recupere la consciencia. Es el protocolo.

Ella asintió lentamente. No pensó mucho en eso entonces. Solo en que aquel hombre desconocido había vuelto a respirar.

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Cuando el amanecer tiñó de gris las ventanas del hospital, Violeta seguía despierta. Había cerrado los ojos solo unos minutos, con el sonido de los monitores como única compañía.

El joven comenzó a moverse. Primero un leve gesto, luego un suspiro. Violeta se incorporó al instante.

—¿Señor? ¿Puede oírme?

Él entreabrió los ojos, confundido. Las luces lo cegaron.

—¿Dónde… estoy? —murmuró, la voz áspera.

—En el hospital St. Bernard’s. —Violeta se inclinó hacia él, intentando que no se moviera—. Tuvo un accidente, pero está a salvo.

Él parpadeó varias veces, desorientado.

—No… recuerdo nada.

El corazón de Violeta dio un vuelco.

—¿Nada en absoluto?

—No sé… ni quién soy. —Sus ojos se movieron por la habitación, llenos de miedo y confusión—. No sé por qué estoy aquí.

Ella tragó saliva. Justo en ese momento, Harry entró, alertado por el movimiento.

—Bienvenido de vuelta —dijo con tono tranquilo, aunque su mirada evaluaba cada gesto—. Soy el doctor Whitmore. ¿Sabe su nombre?

El joven lo miró sin responder. Su respiración se aceleró.

—No… no lo sé.

Harry asintió con calma, como si esperara esa respuesta.

—Está bien. No se esfuerce. Es normal después de un golpe en la cabeza.

—¿Qué le pasa? —preguntó Violeta, preocupada.

—Amnesia temporal —explicó el médico—. Puede durar días… o semanas. No hay forma de saberlo aún.

El silencio llenó la habitación.

—¿Y qué pasará con él ahora? —preguntó Violeta en voz baja.

—Hasta que la policía confirme su identidad, alguien tendrá que firmar su custodia temporal —respondió Harry, mirando los papeles en su mano—. Pero no hay familiares registrados.

—Entonces… ¿quién?

Harry levantó la vista hacia ella.

—Tú.

—¿Yo? —repitió, incrédula.

—Eres la única testigo, y la única que se ha hecho responsable de él desde que lo trajiste. —Dejó los papeles sobre la mesa—. No es una obligación, claro. Pero si nadie lo reclama, se quedará bajo tu cuidado hasta que sepamos quién es.

Violeta lo miró sin saber qué decir. No podía imaginar tener a un desconocido en su vida ya tan llena de caos.

Harry pareció notar su conflicto. Le habló con suavidad:

—Piénsalo. No tienes que decidir ahora.

Ella asintió lentamente, aunque sabía que no podría dormir sin pensar en aquel hombre sin nombre que, de alguna manera, el destino había puesto en su camino.

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Horas después, mientras salía del hospital, el cielo volvió a nublarse. Londres parecía suspirar junto con ella.

En el interior, Liam —aunque todavía no recordaba ese nombre— dormía profundamente, mientras los monitores seguían marcando el ritmo lento pero constante de su corazón.

Y en otra sala, el doctor Harry Whitmore observaba a Violeta alejarse por el pasillo, con una preocupación que no se atrevía a confesar.

Afuera, el primer rayo de sol apenas rozó la ciudad. Era un nuevo día.

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