El amanecer llegó envuelto en un resplandor pálido que se filtraba entre las cortinas del ático.
Violeta ya estaba despierta.
Había pasado la noche dando vueltas, repasando en su mente las recetas, los tiempos de cocción, los sabores. La cocina era su refugio, su territorio, pero ese día la emoción y la ansiedad se mezclaban como ingredientes difíciles de equilibrar.
El concurso de cocina de la empresa Rothwell comenzaba en menos de una semana, y cada minuto contaba. Desde que Liam le habló del evento, Violeta no había dejado de pensar en ello. No solo por el dinero —aunque eso era un aliciente poderoso—, sino porque era la primera oportunidad real de demostrar algo por sí misma.
Sin ayuda, sin influencias. Solo ella, su talento y sus manos.
En la cocina del ático, el aroma a mantequilla y pan recién horneado inundaba el aire.
Atenea la observaba desde una esquina del mostrador, con sus grandes ojos curiosos, como si vigilara el proceso. Violeta se movía con precisión: cortaba, mezcl