El automóvil se detuvo frente a la entrada del hotel bajo una lluvia menuda que cubría de reflejos dorados el asfalto. Las luces del edificio se alzaban imponentes, como una promesa luminosa en medio de la penumbra de la ciudad.
Violeta observó el reflejo del neón sobre el cristal, con el corazón golpeándole el pecho. Era extraño: casada, en un vestido de novia aún impecable, y entrando a un hotel junto a Liam. La boda había terminado, los aplausos se habían apagado, pero la emoción seguía latiendo bajo su piel.
Liam bajó del coche primero, se acercó a su puerta y le ofreció la mano. Su gesto fue sencillo, casi cotidiano, pero en ese instante le pareció lo más íntimo del mundo.
El aire olía a flores y a lluvia cuando atravesaron el vestíbulo del hotel. Los empleados sonreían con cortesía, saludando al matrimonio Rothwell, mientras las luces de los candelabros temblaban en los techos altos. Todo era perfecto. Demasiado perfecto. Y, sin embargo, Violeta no podía ignorar la extraña sen