La puerta de la habitación del hospital se abrió de golpe.
Brian entró con el rostro endurecido, la mandíbula tensa y el traje completamente desarreglado, como si acabara de salir de una batalla. Sus pasos resonaron en el suelo pulido antes de dejarse caer pesadamente en uno de los sofás.
Anna, recostada en la cama, levantó la vista de inmediato. La palidez de su rostro contrastaba con la expresión calculadora de sus ojos.
—Brian… —susurró con un hilo de voz, intentando sonar frágil—. ¿Qué tal te fue? ¿Lograste que a Sofía le dieran su merecido? ¿Le explicaste todo a Antonio?
En su interior, deseaba que así fuera, que Sofía hubiera pagado por ponerle aquella trampa.
Brian levantó la mirada lentamente; en sus ojos se reflejaba una mezcla de rabia y frustración.
—¿Qué tal me fue? —repitió con una carcajada amarga—. Me fue “excelente”, Anna. Antonio me rompió la cara por tu culpa. Y todo porque tú no puedes dejar de mentir.
Su voz retumbó en la habitación como un golpe seco. Anna se sobr