El sonido de la puerta cerrándose tras el doctor pareció arrastrar consigo el aire de la habitación.
Por unos segundos, el silencio se volvió absoluto, como si el mundo se hubiera detenido alrededor de Sofía.
Un bebé.
La palabra resonaba una y otra vez en su mente, envolviéndola en una mezcla de incredulidad y temblor.
Un bebé… suyo y de Antonio.
Sus labios se entreabrieron, pero no consiguió pronunciar palabra. Una lágrima solitaria escapó de sus ojos, seguida de otra, y luego de muchas más, que rodaron silenciosas por sus mejillas.
—No puede ser… —murmuró al fin, con la voz quebrada, una sonrisa temblorosa entre el llanto—. Un bebé… yo… estoy esperando un bebé.
Antonio la observaba sin decir nada. Sus ojos, normalmente duros y calculadores, se suavizaron con una ternura que él mismo no comprendía del todo. Se acercó despacio, se sentó en el borde de la cama y tomó su mano.
—Sofía… —dijo con voz baja—, esto… esto es una bendición.
Ella lo miró, los ojos aún húmedos,