Antonio detuvo el auto de golpe, el motor quedó en un murmullo grave mientras giraba lentamente hacia Sofía. Sus ojos grises, siempre tan fríos y calculadores, se suavizaron en un destello que luchaba por no mostrarse demasiado.
—Sofía… ¿estás segura? —preguntó, con una voz grave que intentaba disfrazar la emoción que lo desbordaba—. ¿En verdad lo dices en serio?
El rubor ascendió a las mejillas de Sofía. Bajó la mirada apenas un instante antes de asentir con firmeza.
—Así es, Antonio. Lo he pensado bien… y ya lo he decidido.
Los labios de Antonio se curvaron apenas, pero su voz, cargada de convicción, revelaba lo que en su interior hervía con fuerza.
—Sofía… es la mejor noticia que podrías haberme dado. Prometo hacerte feliz y darte el hogar que mereces.
El corazón de Sofía se estremeció ante aquellas palabras. Y aunque una parte de ella quería dejarse llevar por la calidez de ese instante, otra se mantenía atada a la realidad: no quería ser motivo de habladurías, ni mucho menos carg