Sofía alzó la mirada y, en cuanto sus ojos se cruzaron con los de Brian, la sonrisa que adornaba su rostro se desvaneció por un instante. Sin embargo, se recompuso de inmediato. No iba a permitir que aquella sombra del pasado perturbara la seguridad que había logrado construir al lado de Antonio. Con una serenidad impecable, se aferró con más firmeza al brazo de él y continuó caminando hacia el interior del salón, ignorando por completo la tormenta que ardía en la mirada de Brian.
Brian, en cambio, se quedó clavado en el lugar, sin poder apartar los ojos de la silueta de Sofía. Radiante, elegante, segura. No podía ser cierto. Aquella mujer era su esposa… la suya. El corazón le golpeaba con furia en el pecho, y la sangre le hervía de celos. Instintivamente, intentó soltar el brazo de Anna para ir tras ella, pero una mano firme lo detuvo.
—¡Brian, por Dios! —exclamó Anna, con la voz tensa y cargada de ira—. ¿Qué crees que vas a hacer? ¿Quieres que todos nos vean y nos ridiculices delan