Capítulo: Callar y obedecer

Hanna sintió la presión helada de la mano de Antonio en su muñeca. El aire se le escapó de los pulmones cuando lo miró a los ojos; aquellos ojos grises, duros como acero, la traspasaban como dagas.

—Suéltame… —musitó, con la voz temblorosa, intentando recuperar algo de dignidad.

Antonio no se movió. Su mirada permaneció fija, severa, inmutable.

—Te atreves a levantarle la mano a Sofía —dijo, con una calma glacial que heló la sangre de todos los presentes—. Tú… que no vales ni el polvo bajo sus zapatos.

Un murmullo recorrió la multitud de empleados, algunos conteniendo el aliento. Hanna intentó recomponerse, pero la humillación le ardía en la piel como fuego.

—¡Cállate! —gritó, tratando de sonar desafiante, aunque la voz se le quebró—. No tienes derecho a—

—¿Derecho? —Antonio la interrumpió, inclinándose apenas hacia ella, su voz baja pero letal—. El único derecho que tienes aquí… es callar y obedecer.

Hanna palideció. Sus labios se abrieron para replicar, pero no salió palabra alguna.
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