Maxim frunció el ceño al escuchar cómo Sofía lo nombraba. Su voz se tornó grave, cargada de incredulidad y rabia.
—¿Cómo… me llamaste?
Sofía alzó la barbilla, mirándolo con desafío.
—Así como lo escuchaste, Maxim. Desde ahora ya no eres mi padre. No después de lo que hiciste. Un verdadero padre jamás vendería a su propia hija… como carne para los perros. —Su voz tembló de indignación, pero sus ojos brillaban con una fuerza implacable—. Desde hoy no eres nada para mí. Solo estarás allí… para que te escupa en la cara.
El rostro de Maxim se contrajo de furia. Con un movimiento brusco levantó la mano y la abofeteó con fuerza. El golpe resonó en la oficina, seco y brutal.
Pero Sofía no cayó de rodillas ni imploró como antes. No hubo lágrimas suplicantes ni miedo paralizante. En su lugar, estalló en una carcajada estridente, fría, que hizo que la seguridad de Maxim vacilara por un segundo. Luego su rostro cambió por completo: la sonrisa desapareció, dando paso a una expresión severa, cortan