El sol de la tarde bañaba la entrada del hospital cuando Sofía salió, sostenida delicadamente por Antonio. Caminaba despacio, cada paso acompañado de un leve temblor en sus piernas débiles por los días de reposo. Antonio, siempre atento, la sujetaba por la cintura, temeroso de que pudiera desvanecerse en cualquier momento.
—Con cuidado, Sofía… ya casi llegamos —murmuró, su voz suave pero firme, mientras la ayudaba a entrar al asiento trasero de su auto negro.
Sofía se acomodó con un suspiro cansado, mirando por la ventanilla el bullicio de la ciudad. El mundo seguía girando como si nada hubiera pasado, como si su vida no hubiera estado a punto de apagarse. Antonio dio la vuelta y se sentó frente al volante, lanzándole una mirada llena de preocupación antes de arrancar.
El trayecto fue silencioso, roto solo por el leve sonido del motor. Sofía sentía su mente hecha un torbellino: la traición de Brian, las noticias falsas de su muerte, el compromiso con Anna… todo pesaba sobre su pecho c