Sofía vio cómo Brian se alejaba, dejándola allí, sola en medio de la nada, desangrándose. Las lágrimas comenzaron a fluir sin que pudiera detenerlas; en ese instante, lo vio tal como era: un desalmado.
Recordó, con dolor, cuánto lo había amado. Durante tanto tiempo, su corazón había pertenecido a él. Ahora se arrepentía: si tan solo hubiera imaginado que su vida corría peligro a manos de Brian, jamás se habría acercado a él.
—¿Cómo pudiste, Brian? —susurró Sofía, observándolo desaparecer entre la penumbra—.
El dolor que sentía comenzó a transformarse en odio, un odio que le desgarraba el alma. Pero junto con ese odio, una determinación férrea se apoderó de ella. No podía morir. No podía permitir que Brian ganara, que se saliera con la suya. Tenía que vivir.
—Juro que me pagarás todo esto, Brian —murmuró entre dientes—. Me entregué a ti y tú… decidiste matarme.
A pesar del ardor en el pecho por la bala incrustada, Sofía se obligó a levantarse. Arrastrándose por el suelo, busca