Mundo ficciónIniciar sesiónHabían sido amigos por años, pero estaban enamorado el uno del otro. Tienen una relación perfecta hasta que el trabajo de él empieza a ser un impedimento. ¿Se terminará el amor?
Leer másEl café del pasillo olía a metal tibio. Lo sostenía entre las manos como si fuera una excusa frágil, a punto de romperse. Camino al vestuario del HUSA, me repetía las dos únicas instrucciones que parecían alcanzables en ese momento: entrar y cambiarme. Nada más.
La puerta del vestidor estaba entreabierta. Desde dentro llegó un murmullo, una risa ahogada, seguida de un shhh que no me incluía. Empujé la madera con los nudillos.
La escena se desplegó ante mí en un instante. La chaqueta colgada en la percha decía «Darío Echeverría». El mechón de pelo cobrizo que se volvió hacia mí pertenecía a Romina Vives. Él la tenía sentada sobre el mesón de madera, una mano bajo su blusa, la otra sosteniéndole la nuca, la boca hundida en su cuello. Y entonces… me vieron.
Darío la soltó de inmediato. Romina bajó del mesón con torpeza, el elástico de su pantalón de enfermera volviendo a su sitio con un chasquido sordo. Durante un segundo eterno, todo el hospital se redujo a ese gesto íntimo y al sonido de mi propio pulso, que latía con fuerza en mis oídos.
No dije nada. Las palabras se habían evaporado. Fue mi cuerpo quien decidió por mí: media vuelta y echar a correr. El pasillo se estiró como un chicle caliente; una izquierda, otra izquierda, hasta que el letrero azul del baño del personal apareció como un salvavidas. Entré y corrí el pestillo.
El espejo me devolvió la imagen de una extraña: ojos desmesuradamente abiertos, piel pálida, manos que buscaban agua y no acertaban con el grifo. Cuando por fin salió, el agua tardó en ponerse tibia. Y cuando lo hizo, ese calor mínimo me ancló de nuevo a mi cuerpo, recordándome que todavía estaba aquí.
Negación.
No fue eso. Un mal ángulo. Una broma de mal gusto. Un ensayo de nada. Mi cerebro, desesperado, fabricaba historias alternativas con lo que tenía a mano. Pero mi cuerpo no se creía nada; solo sabía que quería salir corriendo de sí mismo.Ira.
Clavé las uñas en las palmas de las manos hasta dejar media luna marcadas en la piel. Pensé en los mensajes sin responder, en las excusas de últimas horas, en las cenas pospuestas, en las promesas hechas con la boca pequeña. Qué fácil era mentir cuando todo el mundo estaba demasiado cansado para hacer preguntas. Qué fácil creerse imprescindible para no tener que mirar de frente lo obvio.Negociación.
Si salía y no decía nada, quizá… ¿qué? Nada. No había trato posible con lo que acababa de ver. Me sequé la cara con la toalla áspera antes de que las lágrimas llegaran; intenté ordenar un pensamiento coherente, digno, y solo encontré respiraciones entrecortadas.Tristeza.
Me senté en la tapa del WC como quien se sienta al borde de un muelle, a esperar un barco que nunca llegará. El uniforme olía a desinfectante barato y a café frío. Me temblaban los muslos en silencio. Me habría gustado llamar a mi madre, pero no quería su voz de santuario; me habría gustado llamar a Amanda, pero no sabía si sería capaz de explicar.Aceptación mínima.
Hoy no iba a entenderlo. Hoy solo iba a respirar. Cuatro segundos adentro, cuatro afuera. Un segundo quieta. Otro más. El agua corría en el lavabo y sonaba como si alguien estuviera practicando el sonido de la lluvia.Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Amanda: «¿Llegaste?». Otra vibración, otro mensaje: «Estoy afuera del baño». Dos golpecitos suaves en la puerta.
—Clara —dijo su voz, firme y serena al otro lado de la madera—. Estoy aquí. Si no quieres hablar, no hablo. Te espero.Apoyé la frente en las palmas de las manos. Respiré contando hasta cuatro. El espejo dejó de ser un enemigo cuando bajé la mirada. Me concentré en elegir cosas sencillas: abrir la llave, sentir el agua, cerrar la llave, secarme. Girar el pestillo.
Abrí. Amanda me miró con sus ojos capaces de parar cualquier caída. Yo abrí la boca, pero no salió sonido alguno.
—Dime todo —dijo, con una calma que era un bálsamo—. O no podremos avanzar.La palabra todo me pesó como un traje de plomo. Me dolió en los dientes, en la garganta.
—No aquí —susurré. —Vamos a la sala de ropa sucia —respondió, ofreciéndome su brazo—. Te sostengo.Salimos. El pasillo olía a lavandina y a nervios. Un celador empujaba un carro sin mirarnos a los ojos; dos residentes comentaban algo en voz baja y guardaron silencio cuando pasamos. Caminé porque caminar era lo único que podía hacer. Di gracias por la baranda silenciosa que era Amanda.
A mitad de camino, la puerta del vestidor se abrió un palmo. Romina apareció con el peinado intacto y una sonrisa envuelta en celofán, como si nada existiera fuera de esa superficie perfecta. La esquivé sin mirarla. Sabía que si lo hacía, me quebraría en voz alta, para que todos lo oyeran.
En la sala de ropa, Amanda cerró la puerta con suavidad. No me exigía palabras; me las prestaba con su presencia. Y cuando el temblor interno amainó lo suficiente, la frase logró salir. No completa, sino a tirones.
—Lo vi.Amanda asintió. No preguntó «¿qué?». Simplemente dijo:
—Aquí estoy, amiga.Me dejé llorar en sus brazos. No hice ruido; el cuerpo tiene su propio idioma para el dolor. Cuando por fin me sentí de nuevo en mi piel, Amanda me soltó lo justo para que pudiera respirar por mí misma.
—Te tengo —susurró—. Pero vamos a hablar.Asentí con la cabeza, que pesaba como si fuera de plomo. El primer capítulo de este día terminaba justo cuando me atrevía a nombrarlo. Afuera, el hospital no se había enterado de nada. Adentro, yo ya no era la misma que había empujado esa puerta.
Al salir, el buscapie de Romina sonó y su risa estalló en el pasillo como si el mundo no se hubiera detenido hacía apenas unos minutos. Amanda me miró, y en sus ojos vi la orden silenciosa: «Dime todo ahora, ya».
Y yo asentí. Porque algunas guerras no se libran en silencio. Y algunas amigas te sostienen mientras aprendes a pelear la tuya.
Airin estaba ocupada en la pastelería, atendiendo a los clientes y preparando algunos de sus exquisitos pasteles. La campanilla de la puerta sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Levantó la mirada y se sorprendió al ver a Ryu parado allí, con una sonrisa cálida en el rostro.Airin: ¡Ryu! ¡Qué sorpresa verte por aquí!Ryu asintió con una expresión amable mientras se acercaba a ella.Ryu: Hola, Airin. Espero no interrumpir demasiado.Airin: ¡Por supuesto que no! Siempre es un placer verte. ¿Qué te trae por aquí?Ryu le entregó una pequeña caja envuelta con un lazo rojo.Ryu: Solo quería pasar y entregarte esto. Es un pequeño gesto para felicitarte por tu graduación y por tu regreso a la pastelería.Airin tomó la caja con curiosidad y la abrió con cuidado. Dentro encontró una selección de dulces finamente elaborados, cada uno más tentador que el anterior.Airin: ¡Oh, Ryu, esto es maravilloso! ¡Muchas gracias!Ryu sonrió, apreciando la alegría en el rostro de Airin.Ryu: Me ale
Los días transcurrieron tranquila y felizmente en la pastelería después del regreso de Airin. La rutina se estableció con la misma calidez y amor que siempre, cada día lleno de la dulce fragancia de los pasteles recién horneados y la alegría de servir a los clientes.Una tarde soleada, mientras Airin y Katy estaban ocupadas preparando los pedidos del día, una pareja entró en la pastelería. La figura familiar de John, estaba acompañada por una joven radiante. Su rostro irradiaba felicidad y suavidad, con un brillo especial en sus ojos.Airin levantó la vista al escuchar la campanilla de la puerta y su corazón se llenó de alegría al ver a John y a su compañera. Los saludó con una sonrisa cálida y genuina.Airin: ¡John! ¡Qué sorpresa verte por aquí! Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos la ultima vez.John devolvió la sonrisa de Airin con una mirada llena de felicidad y orgullo.John: Airin, Katy, permitirme presentaros a mi pareja, Amalia. Estas son Airin y Katy, las talentosas cre
Airin regresó a casa con el corazón lleno de emociones encontradas después de su graduación. La pastelería, que había sido su refugio durante tanto tiempo, ahora la recibía con los brazos abiertos, lista para darle la bienvenida de vuelta a su mundo de azúcar y harina.A su lado, Ryu, el Chef Ko, caminaba con paso seguro, llevando consigo el aroma de la cocina y la promesa de nuevas aventuras culinarias. Habían decidido tomar juntos el camino hacia la pastelería, un gesto que Airin apreciaba profundamente.Mientras se acercaban al negocio, Airin no pudo evitar sentir una oleada de nostalgia y emoción. Había extrañado el sonido reconfortante de los hornos, la suave textura de la masa entre sus dedos y el aroma embriagador de los pasteles recién horneados.Al entrar por la puerta, Airin fue recibida por el cálido abrazo de familiaridad que solo su pastelería podía ofrecer. El suave murmullo de la clientela y el suave tintineo de las campanillas la envolvieron, recordándole que este luga
A medida que el tiempo pasaba rápidamente, Airin se encontró inmersa en su formación culinaria, absorbiendo cada lección, cada técnica y cada consejo que el Chef Ko tenía para ofrecer. Lo que comenzó como una relación mentor-estudiante pronto se transformó en algo mucho más profundo y significativo. La confianza y el respeto mutuo que compartían se convirtieron en los cimientos de una relación cercana y sólida.Airin admiraba la pasión y la dedicación del Chef Ko por la cocina, y él a su vez veía en ella un talento prometedor y una voluntad inquebrantable de aprender y crecer. Juntos, exploraron nuevos sabores, técnicas innovadoras y desafíos culinarios, cada día fortaleciendo su vínculo y profundizando su conexión.Con el tiempo, Airin se dio cuenta de que su relación con el Chef Ko trascendía los límites de una simple formación profesional. Se convirtieron en confidentes, amigos y, en muchos aspectos, en una familia culinaria. El Chef Ko se convirtió en una figura, guiándola no solo
A medida que pasaban los días, Airin notaba un cambio en la dinámica en la cocina. Aunque el Chef Ko seguía siendo su mentor y guía, había una tensión latente entre ellos que no podía ignorar. Se preguntaba qué significaba esta nueva dinámica para su relación profesional y personal.Airin se encontraba distraída durante las clases, luchando por mantenerse concentrada en las lecciones y las tareas asignadas. Su mente divagaba hacia el pasado, recordando los momentos compartidos con Alexander, y tratando de entender cómo encajaba en el presente.A pesar de sus esfuerzos por mantenerse enfocada, Airin seguía sintiendo una sensación de inquietud que no podía sacudirse. Decidió salir a pasear por la tarde. Paso frente a una pequeña cafetería y entro, estaba esperando en la cola para pedir un batido, cuando alguien le murmuro en el oído. Se sobresaltó al sentir la voz susurrante en su oído, y al darse la vuelta, se encontró cara a cara con Alexander. Su corazón comenzó a latir con fuerza,
Airin se sentía nerviosa mientras caminaba hacia el restaurante junto al Chef Ko. Aunque estaba emocionada por la oportunidad de compartir una cena especial con su mentor, también estaba ansiosa por descubrir qué más depara el destino.El restaurante estaba elegantemente decorado, con mesas adornadas con finas telas y velas titilantes que creaban una atmósfera íntima y romántica. Airin se maravilló ante la belleza del lugar, sintiéndose un poco fuera de lugar entre tanta sofisticación.El Chef Ko la condujo hacia su mesa, donde los esperaba una mujer elegante con una sonrisa cálida en el rostro. Airin de inmediato se dio cuenta que la cara de esa mujer le resultaba conocida. Había un hombre sentado de espalda hacia ellos. Al llegar a la mesa el hombre se levantó y se giró, para sorpresa de Airin era Alexander. como la amiga del Chef Ko, la amiga del chef Ko era la que un día fue compañera de serie de Alexander, Dayana.Airin se quedó petrificada al ver a Alexander frente a ella, su co
Último capítulo