El sonido del teléfono cortó el aire, rompiendo el silencio tenso que envolvía a John y Alexander. John miró a su amigo, con la esperanza de encontrar algún indicio de claridad en sus ojos cansados y llenos de angustia, pero solo encontró un vacío desolador.
John: Alexander, necesitas escuchar lo que te estoy diciendo. Estás dejando que tu vida se desmorone ante tus propios ojos.
Alexander: ¿Y qué? ¿Acaso te importa? No necesito tus sermones, John.
John: Me importas tú, Alex. Y me preocupa verte así.
Alexander: No necesito tu preocupación ni tu compasión. Estoy bien como estoy.
John: ¿Estás bien? ¿De verdad crees eso? ¿O simplemente estás tratando de convencerte a ti mismo?
Alexander: No me juzgues, John. No sabes nada de lo que estoy pasando.
John: Entonces explícame. Ayúdame a entenderte, Alex. No puedo ayudarte si no me dejas.
Alexander: No necesito tu ayuda. No necesito la ayuda de nadie.
John: ¿Y qué hay de Airin? ¿Qué hay de ella?
Alexander: Airin no es asunto tuyo. Ni de nadie