— Tú me perteneces, pequeña avecilla. Brianna, una destacada interiorista de 25 años, celebra su reciente reconocimiento como Mejor Interiorista del Año. Su vida profesional parece estar en su punto más alto, pero su mundo personal se derrumba cuando sufre un aborto espontáneo y descubre la traición de su esposo Fidel, quien la engaña con otra mujer. Desesperada y furiosa, destruye la casa que había diseñado con tanto esmero. En medio de su dolor y caos, Brianna conoce a Maximiliam, un poderoso empresario con una reputación cuestionable y una presencia devastadoramente encantadora. A pesar de su imagen intimidante, Maximiliam se obsesiona con Brianna y le declara con una intensidad que la deja sin aliento
Ler maisBrianna se dejó caer en el sillón de su sala, exhausta pero llena de una dicha indescriptible. Con una mano acariciaba el trofeo que había recibido esa mañana, el premio a la mejor interiorista del año. Era la culminación de años de esfuerzo, noches en vela y un amor inquebrantable por su trabajo. Miró alrededor de su recién reformada casa, admirando cada detalle, cada rincón que ella misma había diseñado con pasión y dedicación.
Cada mueble, cada textura en las paredes, cada elección de color y material había sido fruto de su creatividad y arduo trabajo. La casa era un reflejo de su alma, de su estilo único y atrevido, que la hacía destacar en el mundo del diseño de interiores. Brianna aún llevaba puesto el vestido con el que había asistido a la ceremonia, un elegante conjunto que contrastaba con su usual atuendo de trabajo más práctico y cómodo. Pero hoy era un día especial, y ella se había permitido este pequeño lujo.
A veces, Brianna se quedaba despierta hasta altas horas de la noche haciendo bocetos y desarrollando nuevas ideas para sus proyectos. Esa pasión y dedicación habían dado frutos, pero también le habían pasado factura. Aquella noche, se sentía agotada. No le prestó mucha atención al dolor que sentía en la parte inferior de su cuerpo, pensando que era solo el cansancio acumulado.
Sin embargo, al día siguiente, el dolor y el sangrado no podían ser ignorados. Brianna fue al hospital y, con el corazón roto, recibió la noticia de que había tenido un aborto espontáneo. La tristeza la invadió, pero intentó mantenerse fuerte. Pensó en su amado esposo y en el hogar que habían construido juntos. Pronto podrían compartir ese espacio que ella había diseñado con tanto amor y entusiasmo.
— Sé que se pondrá feliz por mí — musitó con entusiasmo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose.
Curiosa, pero también con la intención de sorprender a su marido, Brianna se escondió detrás de una puerta en la sala de estar. Quería ver la expresión de su esposo cuando le contara sobre el premio y, a pesar de la tristeza reciente, permitir que la felicidad del momento los envolviera a ambos. Sin embargo, lo que vio la dejó helada.
Fidel, su esposo, entraba con otra mujer en brazos. Se besaban apasionadamente, y la voz melosa de la mujer resonó en la sala:
— ¿Cuándo te divorciarás de ella? Ya no aguanto las ganas de tenerte solo para mí, bebé.
Brianna sintió un nudo en el estómago. La voz de la mujer le resultaba extrañamente familiar, pero no podía arriesgarse a ser vista por ellos. Escuchó con atención, tratando de comprender lo que estaba ocurriendo.
— No te preocupes, querida. Esa mujer horrible todavía es útil para nosotros. Al menos puede ayudarnos a diseñar esta casa. Mira, qué hermosa ha quedado y tú lo disfrutarás — respondió Fidel, con una frialdad que desgarró el corazón de Brianna —. Dejemos que lo termine completamente para que puedas convertirte en la gran señora.
— Pero, ¿y si ella quiere esta casa? — insistió la mujer.
Fidel levantó a la mujer en brazos y la colocó sobre el mueble que Brianna había elegido con tanto cariño. Estaba de espalda a ella, por lo que no podía verla ni reconocerla.
— No te preocupes. Realmente no tienes nada de qué preocuparte — respondió el hombre —. Ella no pagó ni un centavo. Y no puede pagar esta casa, incluso después de trabajar toda su vida. Ya me he asegurado de eso.
Brianna sintió que el suelo se abría bajo sus pies. El hombre que amaba, en quien confiaba ciegamente, la había traicionado de la manera más cruel. Observó, con lágrimas en los ojos, cómo Fidel acariciaba el cuerpo de la mujer con tanto cariño, de una forma que nunca le había tocado a ella, entregándose el uno al otro en una pasión desenfrenada. El sonido de sus gemidos y susurros llenaba la casa, cada uno de ellos una puñalada en el corazón de Brianna.
Se quedó allí, sin emitir un solo sonido, mientras los dos amantes se saciaban el uno al otro. Su dolor se convirtió en furia, una furia que la consumía desde dentro. No iba a dejar que se salieran con la suya. No después de todo lo que había pasado, no después de perderlo todo. Cuando finalmente los dos se marcharon, Brianna emergió de su escondite, con los ojos llenos de lágrimas, pero con una determinación feroz.
Se dirigió al cuarto de herramientas, donde guardaba todos los implementos que había utilizado para reformar su hogar. Tomó con manos temblorosas cada uno de ellos con la decisión dibujada en su rostro. Si no podía tener ese hogar, entonces nadie lo tendría.
Comenzó por el salón, destrozando los muebles que había elegido con tanto cuidado. Cada golpe del martillo era un grito de desesperación y furia, cada agujero que perforaba con el taladro era una herida abierta en su corazón. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con el sudor y el polvo. Rompió las ventanas, arrancó las cortinas, destrozó las lámparas. La casa, que había sido su orgullo y su refugio, se convirtió en un campo de batalla.
No se detuvo hasta que no quedó nada intacto. Exhausta, cayó de rodillas en medio de los escombros, sollozando incontrolablemente. Había perdido todo: su hijo, su marido, su hogar. Pero en medio de la destrucción, sintió una extraña calma. Había liberado su dolor, su rabia. No le iba a dejar nada de su trabajo a Fidel. No después de lo que había hecho.
— No te perdonaré — siseó con una sorprendente energía negativa llena de odio —. Pagarás por burlarte de mí.
Se levantó lentamente, limpiándose las lágrimas. Sabía que su vida nunca sería la misma, pero también sabía que era fuerte. Había sobrevivido a la traición y la pérdida. Podría volver a empezar, reconstruir su vida desde las cenizas. Y lo haría, con la misma pasión y dedicación que había puesto en su hogar. Porque ella era Brianna, y nada ni nadie la destruiría.
La tarde era cálida y tranquila, y Brianna no podía evitar sonreír mientras ayudaba a Vivianne con los detalles finales de su boda. La despedida de soltera estaba a la vuelta de la esquina, y el salón comenzaba a llenarse de adornos y detalles que Brianna había elegido con cariño para su mejor amiga. Vivianne la miró de reojo mientras sujetaba un ramo de flores y bromeó:— ¿Segura que no te vas a arrepentir de haberme dado carta blanca con esto? ¿Y si termino escogiendo un vestido naranja fosforescente?Brianna rió, con la serenidad de quien ya había recorrido un largo camino.— Confío en ti, Vivianne — respondió, su voz suave, como si en cada palabra se le escapara un poco de la paz que por fin había alcanzado —. Además, es tu boda.Justo en ese momento, una de las empleadas del salón se acercó a Brianna con un sobre en la mano, lo cual le hizo fruncir el ceño. Era raro recibir correspondencia en un momento así, y más aún en aquel lugar. La empleada le explicó que acababa de llegar,
La gala estaba en pleno apogeo, con risas y voces entremezclándose bajo las luces resplandecientes del salón. Brianna caminó por el lujoso lugar con la pequeña Bianca en brazos y una seguridad que irradiaba en cada paso. Vestía un traje que acentuaba su figura maternal, dejando claro a todos que su belleza y fuerza sólo habían crecido con el tiempo. Los murmullos admirados la rodeaban como una sinfonía.“¿Es Brianna Casanova? Está radiante…”“Mira su porte… es como si el tiempo no pasara para ella”Cuando llegó al lado de Maximiliam, él no dudó en tomar a Bianca en sus brazos, y luego, inclinándose, besó a Brianna.— Estás hermosa, radiante… — le susurró con una sonrisa orgullosa. Ella le devolvió la sonrisa, disfrutando del afecto y la admiración en su mirada.Pero mientras avanzaban hacia su mesa, Brianna escuchó un murmullo que heló su serenidad. Apenas perceptible, pero imposible de ignorar:“¿Ese no es…? Claro que es él… Fidel Enrique, el exesposo de Brianna”.La curiosidad pudo m
Los días transcurrían en la mansión Casanova con una calma y felicidad que parecían impensables tras todo lo que habían atravesado. Brianna y Maximilian se dedicaban a disfrutar de cada instante junto a su hija, Bianca, cuyo pequeño mundo estaba lleno de amor y paz. El tiempo compartido en familia era un refugio para Brianna, y ella se sentía completa, como si por fin el universo le hubiera dado una segunda oportunidad.Una noche, en una ocasión especial, Maximilian la sorprendió invitándola a cenar en uno de sus restaurantes más lujosos. La pequeña Bianca quedó al cuidado de una niñera de confianza, permitiéndoles disfrutar de una velada a solas. El restaurante era un lugar de ensueño; los grandes ventanales ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada, y las luces tenues del lugar creaban un ambiente romántico y acogedor.Durante la cena, Brianna y Maximilian conversaron animadamente, compartiendo anécdotas, risas y recuerdos. El ambiente de bienestar los envolvía, y Brianna
Los días en el hospital fueron una mezcla de esperanza y agotamiento para Brianna y Maximilian. Cada día que pasaba, la pequeña Bianca ganaba un poco más de fuerza, y Brianna contaba cada hora hasta el momento en que por fin podría tenerla en sus brazos sin intermediarios. Maximilian pasaba las noches en vela, cuidando de Brianna y esperando a que la enfermera viniera con el último parte médico. Después de lo que habían vivido, cada minuto en el hospital parecía eterno, pero la recuperación de Brianna y Bianca avanzaba con éxito.Finalmente, el día de la tan esperada alta llegó. Cuando la enfermera colocó a Bianca en los brazos de Brianna, sintió el mundo entero comprimirse en esa frágil y diminuta figura. Con ojos llenos de lágrimas, Brianna la observó en silencio, admirando cada rasgo, desde sus pequeñas manitos hasta el brillo de vida en sus ojos entreabiertos.— Es tan pequeñita… — murmuró Brianna, mirando a Bianca con un amor incondicional que la desbordaba —. Pero es tan fuerte,
La espera parecía eterna. Maximilian caminaba de un lado a otro en la sala, se sentaba un par de minutos y luego, volvía a caminar, sus ojos fijos en la puerta que lo separaba de la vida de su esposa e hijo. Su mente divagaba por caminos oscuros, atrapado entre el miedo y la esperanza, incapaz de librarse de la sensación de impotencia que le oprimía el pecho. Su familia, que seguían allí en silencio, lo miraban de reojo, respetando el momento, sabiendo que cualquier palabra podría empeorar las cosas.Finalmente, la puerta se abrió, y el médico salió. Su rostro estaba tenso, severo, con una expresión que envió una punzada de terror al corazón de Maximilian. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie como un resorte, sus ojos clavados en el médico.— ¿Cómo están mi esposa y mi hijo? — preguntó, su voz casi un susurro.El médico soltó un suspiro pesado, y Maximilian sintió que el aire se detenía a su alrededor. Su mente comenzó a negar, incapaz de aceptar la idea de que lo peor pudiera haber
El aire en la sala de espera se volvió denso y opresivo. Maximilian observaba al oficial frente a él, un hombre cuya expresión endurecida y tensa dejaba claro que no tenía intenciones de ceder. Las acusaciones que habían traído a Maximilian hasta este punto no eran más que mentiras y manipulaciones, ¡bueno! No todas eran falsas, pero estaba seguro de que no llegarían al poder de los policías; pero el oficial parecía estar cegado por algo que no tenía nada que ver con la justicia. Y Paula, aquella figura débil y traicionera, miraba con una satisfacción cruel, claramente disfrutando cada segundo de la tensión.Luciano, el abogado de confianza de Maximilian, dio un paso al frente, con su portafolio de pruebas en la mano, o las copias de ellas. El resto estaba en camino.— Oficial, tengo aquí las pruebas necesarias que demostrarán la inocencia de mi cliente — dijo con firmeza, sosteniendo los documentos y las grabaciones que habían preparado —. Lo que esta mujer alega no es más que una ser
Último capítulo