El motor del auto de Adrián se silenció en el estacionamiento de VegaCorp. Salió y entró al imponente lobby del edificio con pasos largos y decididos.
—Buenas tardes, Señor Han —saludó la recepcionista, levantando la vista de su monitor.
Adrián no respondió. Siguió derecho hacia la batería de ascensores, su mirada fija al frente. Mientras esperaba, miró su reloj de muñeca. Las cuatro de la tarde. La hora de salida.
Las puertas metálicas se abrieron con un suave siseo. Entró, presionando el número de su piso.
Las puertas se cerraron, aislándolo del mundo.
Cuando el ascensor llegó a su destino y se abrieron las puertas, notó de inmediato el silencio. La mayoría de los escritorios en el área abierta estaban vacíos. Se extrañó por un segundo, pero no le dio mayor importancia.
Se adentró en la planta y se dirigió directamente a su oficina privada.
Entró de una vez, arrojó las llaves del auto sobre el escritorio y se sentó. Abrió uno de los cajones inferiores, buscó entre tantas carpetas y