—Mateo… —su voz era un hilo de voz—. Tenemos que dejar de vernos.
Por un segundo, el silencio fue absoluto. Luego, Mateo soltó una carcajada breve y incrédula.
—Vamos, ¿otra vez en eso? —preguntó, meneando la cabeza con una sonrisa condescendiente—. ¿Es tu fase de "esto está mal" este mes? Ya sabes cómo termina. —Se acercó de nuevo, intentando atraerla hacia él.
Pero Isabelle no se movió. No sonrió. Se limitó a mirarlo, y en sus ojos no había rastro de la complicidad habitual, ni del juego. Solo había una tristeza serena y definitiva.
—Esta vez es en serio, Mateo —dijo, y su voz, aunque baja, era de una claridad cortante—. No estoy jugando.
La sonrisa en el rostro de Mateo se congeló y luego se desvaneció por completo, como si alguien hubiera apagado la luz detrás de sus ojos. La botella de whisky que sostenía quedó suspendida en el aire, olvidada. Por primera vez en años, estaba completamente callado, mirándola como si no la reconociera.
Mateo se quedó helado. La soltó para verla dir