Se limitaba a vegetar, observando el mundo sin interés. Una vez, intentó reaccionar, volver a la realidad. Caminó hasta el hospital nuevo, atraído por un impulso vago. El patio, amplio y sereno, estaba flanqueado por árboles que mecían sus retoños, indiferentes a los dramas que se tejían en los pasillos. Se sentó en una banca, queriendo olvidar. Los pacientes, con batas azules, salían al sol con pasos vacilantes, rostros sin sonrisas, entregados a una resignación que Adam reconocía. Había olvidado por qué estaba ahí; solo sentía las horas pasar, lentas, como un reproche. Cuando los doctores salieron a hablar con los familiares, sus voces firmes lo sobresaltaron. ¿No estaba él, sentado en esa banca, más enfermo que aquellos pacientes, consumido por una muerte silenciosa?
Las noches eran peores. Un fuego oscuro ardía en su interior, una mezcla de rabia y autodesprecio. Para llenar el vacío, buscaba compañía en mujeres que despreciaba por tener que pagarlas, un acto que lo dejaba más hue