Miguel encendió la lámpara. Lupita, alta, con cabello rojo y ojos vivos, lo saludó con una sonrisa cálida. Su manera desenfadada, su “qué onda”, fue sincera. Adam, nervioso, sintió un destello de posibilidad. Tal vez la ciudad, con toda su indiferencia, también guardaba encuentros que podían cambiarlo todo.—¿Qué te parece? —preguntó Miguel, con una chispa traviesa en los ojos.—Es más guapo que tú —respondió Lupita, riendo—, pero qué lástima que sea tan calladito.Adam se sonrojó y balbuceó algo. Lupita, con un salto juguetón, se acercó.—¡Mira, se pone rojo si lo tocas! —dijo, divertida.—Déjalo en paz —intervino Miguel, sonriendo—. No aguanta a las mujeres, es muy tímido, pero ya se le quitará.—No estaría mal —dijo Lupita, tomando a Adam del brazo y sentándolo a su lado—. Ven, no muerdo.—Señorita, yo… —tartamudeó Adam.—¿Señorita? —interrumpió Lupita, riendo—. Nada de eso, llámame Lupita, por favor.Miguel y Lupita estallaron en carcajadas. Adam, apenado, se unió a la risa para n
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