Alade caminaba de un lado a otro, como un animal enjaulado. Los dedos iban a la boca sin que lo notara, royendo uñas ya gastadas, mientras gotas de sudor le corrían por la sien. En cualquier momento, la sentencia llegaría. La puerta rechinó suavemente.
"Escuché algunos murmullos por la casa." Astar estaba apoyado en el marco, los brazos cruzados y el semblante cargado con aquel sarcasmo habitual. "¿Es verdad?"
"¿Qué tal si me dejas en paz?" murmuró Alade entre dientes apretados.
El hermano sonrió como un depredador aburrido y se acercó con pasos lentos, calculados.
"Estás en problemas, hermanita."
"¿Sabes qué es lo gracioso?" Ella se giró bruscamente hacia él, la mirada chispeante. "Tú, James y Filiph ya pasaron por las camas de casi todas las hembras de esta ciudad. ¡Pero yo... cometo un único error y necesito unirme a alguien que apenas conozco?!"
"James todavía es virgen", replicó Astar sin perder el cinismo. "Y Filiph y yo sabemos ser discretos. Tú no. Tú te lo ganaste."
Alade sin