Aaron*
La oscuridad era espesa.
Un manto helado que lo envolvía por dentro y por fuera.
En su mente, se veía aún niño. Un muchacho rubio, delgado, de ojos muy abiertos corriendo por los pasillos fríos y húmedos de un palacio en ruinas. Las risas crueles de los vampiros resonaban detrás de él, como sombras que cazaban su inocencia. Era un juego de supervivencia. Un entrenamiento brutal.
Intentaba abrazar a su madre, buscaba calor… pero era empujado con desprezo. Cuando fallaba, dormía en el frío.
Se sentía solo. Pequeño. Roto.
El último recuerdo nítido antes de la oscuridad era de ella.
Alade.
Los ojos de ella.
El tono de su piel bajo la luz.
La fuerza salvaje y el corazón marcado.
Ella no era una diosa, pero, por todo lo que era y por lo que no era…
Él la adoraría.
Siempre.
Ahora, todo era frío.
Un dolor cortante y opaco atravesaba su pecho.
Quizá… estaba muerto.
Y quizá merecía estarlo.
Pero entonces
Un calor.
Una mano suave contra su frente.
Un cuerpo junto al suyo, cálido, vivo.
Y