Alade*
Tres años habían pasado desde la última vez que pisó Montaña de Oro.
La correspondencia con sus padres era constante, pero a distancia. Alade sabía que ese espacio era necesario para cicatrizar las heridas abiertas tanto las suyas como las de ellos.
La cabaña donde vivían ahora había sido construida por las propias manos de Aaron, entre el verde denso de las montañas.
Aquel atardecer, el cielo ardía en tonos dorados y carmesí cuando Alade terminó de poner la mesa.
Fue entonces cuando sintió los brazos de él envolviendo su cintura por detrás, el cuerpo firme apoyándose en el de ella con familiaridad.
"Estás tan deliciosa…" murmuró Aaron con voz ronca, su respiración calentando su cuello. "Hasta dan ganas de comerte."
Ella rió, mordiéndose el labio.
"¿En qué sentido?" provocó.
Él mordió el lóbulo de su oreja, con una sonrisa maliciosa.
"¿En cuál crees?"
Con un giro rápido, la giró hacia él y la besó con hambre contenida. Sus manos apretaban la cintura de ella con deseo, y ella lo