Capítulo 3—Jaime

Capítulo 3—Jaime

Narrador:

Nerón no se movió. Seguía de pie, junto al escritorio, con la mandíbula apretada y el pulso alterado. La habitación parecía más estrecha, más densa, como si el aire hubiera cambiado de temperatura desde que ella cruzó esa puerta. No era deseo. O no solo eso. Era el peligro disfrazado de curiosidad. La provocación disfrazada de aprendizaje. Y él, que había lidiado con criminales, con testigos hostiles y con jueces corruptos, se descubría vulnerable ante una estudiante de veinte años. Cleo Morel era un problema. Uno que había cruzado el umbral y no pensaba dar un solo paso atrás. Nerón inspiró hondo, cerró los ojos un instante y volvió a sentarse. Pero esta vez, el expediente ya no le interesaba, ni el whisky, ni el libro que ella había traido como excusa y había dejado sobre el escritorio. Porque aunque la puerta estuviera cerrada… ella seguía ahí. En su mente. Y eso era lo más peligroso de todo.

Cleo se detuvo frente a la puerta del dormitorio, exhalando despacio. Aún sentía el pecho agitado, no por haber caminado, sino por lo que acababa de pasar. Se acomodó el cabello, bajó el ruedo de la camiseta y respiró una última vez antes de girar el picaporte con calma.

Al entrar, encontró a Lía recostada en la cama, con el celular entre las manos. La luz azulada del dispositivo iluminaba su rostro. Al verla, alzó la vista.

—¿Dónde estabas?

Cleo cerró la puerta con tranquilidad y caminó hasta su cama, fingiendo que todo estaba en orden.

—Con tu tío —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.

Lía se incorporó un poco, dejando el móvil a un lado

—¿Con Nerón? ¿A esta hora?

Cleo alzó una ceja, quitándose los calcetines con parsimonia.

—No es para tanto. Estaba leyendo su libro y me surgió una duda sobre uno de los procedimientos de interrogatorio que describe. Así que fui a preguntarle.

Lía la miró unos segundos, desconfiada, pero al final volvió a tomar el teléfono.

—Eres rara.

—Y tú aburrida —replicó Cleo con una sonrisa, mientras se metía bajo las sábanas.

Pero debajo de esa sonrisa tranquila, su mente no había salido aún del despacho. Las palabras, las miradas, la tensión… todo seguía ardiendo bajo su piel. Lía soltó una risa incrédula sin despegar la vista del celular.

—Qué raro que no te sacó volando de su despacho.

Cleo se acomodó de lado, enfrentándola con una sonrisa apenas ladeada.

—Es que hablamos el mismo idioma.

Lía giró el rostro para mirarla, arqueando una ceja.

—¿Sí? ¿El idioma de los estirados?

—El idioma de los que entienden lo que hay detrás de lo que se dice —replicó Cleo, con aire provocador —Deberías darle una oportunidad a tu tío. Después de todo, es la única familia que te queda.

El rostro de Lía se endureció al instante. Apagó la pantalla del teléfono y lo dejó sobre la mesa de noche.

—Antes de que mis padres murieran, nunca se preocupó por mí. Ni una llamada, ni una visita. Y cuando tuve que venir a vivir con él, por ser el hermano menor de mi papá, lo único que hizo fue tratarme como si fuera una extraña. O peor aún… como un mueble más de esta mansión. —Cleo la observó en silencio, sin interrumpirla. —Siempre fue así conmigo —siguió Lía —Cortés, educado, distante. Me da todo lo que necesito, sí. Pero nunca me preguntó cómo me sentía. Nunca se interesó por lo que me pasaba. Me dio un cuarto, ropa, comida... pero ni una sola vez me miró como si le importara que yo estuviera viva.

—Tal vez no sabe cómo —dijo Cleo en voz baja. —No digo que sea el hombre más cálido del planeta, pero al menos está. Quizá solo necesita que alguien lo vea sin ese muro de mármol encima.

—O tal vez no le importa —cerró Lía, girándose de espaldas en la cama.

Cleo apagó la luz de su mesa, pero se quedó unos segundos en la oscuridad, con los ojos abiertos, sintiendo que, aunque no lo dijera, su amiga también ardía por dentro… solo que por razones distintas.

La luz de la mañana entraba tibia por los ventanales de la cocina. El aroma a café recién hecho se mezclaba con el de las tostadas y el sonido suave de la radio. Lía y Cleo compartían el desayuno entre risas y comentarios banales sobre las clases, los compañeros y la vida universitaria.

—Te juro que si ese profesor vuelve a decir “esto entra en el parcial” cada dos frases, voy a saltar por la ventana —dijo Lía con dramatismo, mordiendo su tostada.

—Te acompaño —respondió Cleo con una sonrisa torcida —Pero al menos tú entiendes algo de lo que explica. Yo sigo atrapada en el glosario del primer día.

Lía soltó una carcajada mientras revolvía su taza de café. En ese momento, se escucharon pasos firmes acercándose la cocina. Nerón apareció en el umbral, impecable como siempre, con el cabello húmedo y la camisa perfectamente abotonada. No dijo más que un escueto:

—Buenos días.

Y se dirigió directamente a la cafetera, sin mirarlas. Cleo, que no era de dejar pasar oportunidades, tomó un sorbo de su jugo, dejó la copa sobre la mesa con deliberada lentitud y, sin apartar la vista de Lía, comentó con voz despreocupada:

—Tal vez le diga que sí a la invitación de Jaime para ir a la fiesta en la playa.

Lía levantó la cabeza de golpe.

—¿Qué? ¿Estás loca? Ese chico es un degenerado. Un idiota con carita de galán y cerebro de mosquito. ¿Desde cuándo te interesa?

Cleo se encogió de hombros, con una mueca inocente.

—Desde que me dijo que llevaría una guitarra, una hielera y ganas de portarse mal. Suena... entretenido.

Nerón, que había servido su café y se disponía a volver sobre sus pasos, se detuvo apenas. Giró el rostro y la miró. Solo eso. Un instante. Una mirada contenida, afilada, fugaz. Cleo sostuvo esa mirada con una ceja alzada, como si no notara el filo debajo. Luego, con toda naturalidad, preguntó:

—¿Usted qué opina, doctor? ¿Debería aceptar o no?

Él bebió un trago antes de responder, sin dejar de mirarla.

—No tengo ni idea. No conozco al muchacho.

—¡Pero yo sí! —interrumpió Lía, exasperada —Es un degenerado, tío. Díselo tu, a ver si la convences de no ir. Es por su bien.

Nerón volvió los ojos a su sobrina, como si evaluara el peso de su pedido. Luego miró nuevamente a Cleo, esta vez más despacio. Sus ojos bajaron un segundo a su boca y luego regresaron a los suyos.

—Supongo que si Cleo está considerando ir es porque sabe cuidarse sola.

El silencio se instaló un segundo. No era aprobación. Tampoco era desaprobación. Era... algo más. Cleo sonrió apenas. No la sonrisa de una chica coqueta, sino la de una mujer que acababa de ganar un pequeño juego.

—Gracias por su voto de confianza, doctor, significa mucho para mi —dijo en voz baja.

Él no respondió. Solo le dio un último vistazo, ladeó levemente la cabeza como si quisiera decir algo más… y se fue con su taza de café.

Lía resopló.

—¿Lo ves? Hasta mi tío se resignó contigo. Pero te lo digo en serio, Cleo, ese Jaime es un imbécil peligroso. Si vas, al menos llévate gas pimienta.

Cleo soltó una risa suave, pero sus ojos seguían puestos en la puerta por donde había desaparecido Nerón. Y por dentro… ardía.

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