La noche en la mansión de Puebla se extendía, pesada con el eco de las órdenes de Yago y la calculada melosidad de Diana. Joren se retiró a su habitación, un refugio personal en el laberinto de la casa Castillo, un espacio donde podía ser, al menos por unos momentos, algo más que el "peón" de su familia o el obediente subordinado de Yago. Se cambió de ropa, la formalidad de la cena aún pegada a su piel como una segunda piel que deseaba desechar.
Lo que ni Yago, ni Diana, ni Ludwig, ni siquiera Heinz, su medio hermano, sabían, era que Joren compartía sus secretos y sus cargas con alguien más, una persona que estaba fuera de su círculo, más allá de sus redes de influencia y control. Joren tenía una pareja sentimental llamada Eunice.
Eunice no era parte de los círculos sociales de la élite de Puebla. De hecho, su posición era diametralmente opuesta a lo que la familia Castillo consideraría aceptable. Ella era una de las personas que ayudaban en la casa de Joren, una mujer trabajadora y d