Mientras Yago finalizaba su tensa conversación con Joren sobre las delicadas estrategias corporativas y las peligrosas treguas familiares, Nant, a pocos metros de él, envolvía la palma de su mano con el calor familiar de su teléfono. La voz de su madre, Clara, al otro lado de la línea, era un bálsamo reconfortante después de la frialdad calculada del mundo de Yago. Habían pasado unos minutos intercambiando los habituales "buenas noches" y asegurándose del bienestar mutuo, cuando la conversación tomó un giro más personal, un giro que ambas habían estado evitando pero que sabían que era necesario.
—Nant… —comenzó Clara, su voz teñida de una vacilación poco usual en ella, un indicio de la dificultad de lo que estaba a punto de decir. —Cariño, quería disculparme por lo de hoy. Sé que no debí meterme así en tu vida personal. Y… y lo de las pastillas, y lo de Yago… fue inapropiado de mi parte. Estoy preocupada por ti, sí, pero crucé la línea. No es mi lugar decirte qué hacer con tu cuerpo o