Después de la abrupta partida de Theresia, el silencio en la opulenta oficina de Yago se volvió casi tangible, denso y cargado con el peso de las implicaciones de la visita de la matriarca. Yago, con el ceño aún fruncido y la mente abrumada por el ultimátum de su madre, se giró hacia su secretaria, la misma que momentos antes había presenciado la inusual reprimenda. El aire seguía vibrando con la energía residual de la confrontación, un eco persistente de la autoridad y la furia de Theresia que aún resonaba en el amplio espacio. La secretaria, una mujer de eficiencia impecable y nervios de acero, mantenía una compostura admirable, aunque sus ojos revelaban una leve aprensión.

—¿Hay algún otro pendiente o algo que requiera que me quede en CIRSA, señorita Elena? —preguntó Yago, su voz aún tensa, buscando una confirmación de que la urgencia había sido solo la visita de Theresia y que no había otra crisis esperando en los pasillos de la empresa o en su correo electrónico. Necesitaba saber