La camioneta de lujo se deslizaba suavemente por las calles de Veracruz, el sol de la tarde comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados, violetas y rojos vibrantes, anunciando el crepúsculo. Los edificios pasaban como sombras borrosas, y el aire, antes cargado de la tensión de la ciudad, se sentía ahora más ligero, prometiendo la calma del anochecer. El suave zumbido del motor y el murmullo distante del tráfico formaban un telón de fondo para el silencio que se había instalado en el interior del vehículo. En ese espacio íntimo, Yago y Nant emprendían el camino de regreso a la tranquilidad y la privacidad de su hogar. El silencio era denso, lleno de los pensamientos no expresados de Yago sobre la crisis inminente en CIRSA, las implicaciones del ultimátum de su madre y la nueva alianza con Joren. Su expresión, aunque tranquila en la superficie, delataba una mente en constante ebullición. Nant, por su parte, se encontraba sumida en sus propias reflexiones, procesando la abrumadora ca