Mundo ficciónIniciar sesiónDespués de la impactante primera reunión familiar en Puerto Esmeralda, la relación entre Yago y Nant, aunque profundamente consolidada por el amor a primera vista, se mantenía en la distancia física. Nant regresó a su Puebla natal, a la casa de sus padres donde la atmósfera del divorcio era cada vez más densa, palpable en cada silencio y en cada discusión. Yago permanecía en Veracruz, inmerso en el vertiginoso ritmo de CIRSA y la compleja relación con su padre. Su unión, sin embargo, era inquebrantable, forjada a través de videollamadas nocturnas, mensajes de texto incesantes y viajes frecuentes de Yago a Puebla, y de Nant a Veracruz, para nutrir un romance que se sentía destinado.
Nant seguía firmemente enfocada en su ambicioso sueño: la construcción de un hospital de alta tecnología y especialidad para personas de escasos recursos. Era un ideal que resonaba con su ética y su formación en Microbiología y Biología Molecular, una visión que requería no solo conocimiento, sino una inmensa inversión económica. La idea de que Yago, con su genio para los negocios, la ayudara a convertirse en millonaria para financiar este proyecto, era un motor constante en su vida. Pero la realidad era tozuda. Sus propios conflictos familiares, la inestabilidad económica que su madre y su hermana menor ahora enfrentaban con el divorcio, ponían a prueba su resiliencia. El dinero, ese recurso que Yago prometía generar, se sentía más escaso que nunca.
La presión sobre Yago para asegurar ese futuro, para liberarse del yugo de su padre y construir su propio camino, se intensificó. Las llamadas a Ludwig se volvieron más frecuentes, más insistentes, a menudo desde su oficina en Torres Altamar, con el mar como mudo testigo de su frustración.
—Papá, necesitamos hablar del saldo pendiente del último trimestre. Los números de Veracruz han sido excelentes. Las ventas de Puerto Esmeralda están por las nubes. Necesito ese dinero para nuestras operaciones aquí y para planificar los próximos movimientos.
Al otro lado de la línea, la voz de Ludwig, un hombre de mediana edad con el cabello oscuro y peinado hacia atrás, mostrando algunas canas en las sienes, su rostro ovalado a menudo marcado por arrugas de preocupación que ahora parecían más bien de fastidio, se volvía evasiva. Su tono, antes imponente, ahora a menudo se quebraba con una irritabilidad seca, vestigio de su creciente alcoholismo que lo hacía impredecible. —Yago, ¿otra vez con lo mismo? Ya te dije que la liquidez está ajustada. El mercado está inestable. Tenemos que ser prudentes. Estoy haciendo malabares para mantener a flote la matriz en Lomas de Angelópolis con tanta burocracia.
Yago apretaba la mandíbula. Conocía el juego. Había visto a su padre, en el Club Residencial El Refugio en Puebla, ese enclave de opulencia donde su fachada de empresario exitoso se mantenía a duras penas, volverse cada vez más errático con el alcohol. Ludwig se engañaba yendo a Alcohólicos Anónimos, proclamando que le ayudaban, pero sus decisiones financieras eran cada vez más desorganizadas, más egoístas. El dinero de Yago se esfumaba, alimentando el estilo de vida de Diana y Heinz, o sus propias adicciones y las deudas que acumulaba la empresa principal.
Diana, la mujer calculadora de cabello rubio claro y sonrisa impecable, con sus ojos de lince que no perdían detalle, no ayudaba. Cuando Yago intentaba abordar el tema del dinero con Ludwig, ella aparecía como por arte de magia, una sombra silenciosa y eficiente. —Ay, Yago, no presiones a tu padre ahora. Está bajo mucho estrés. Sabes que la empresa ha tenido que hacer ajustes. Deberías agradecer que aún tienes un puesto tan importante. Siempre que hay dinero, tu padre lo ha invertido.
Sus palabras eran miel en la superficie, pero Yago sentía el aguijón. Ella sembraba dudas, insinuaba que Yago era ingrato, que solo pensaba en sí mismo. Su objetivo era claro: desestabilizar la relación padre-hijo, asegurar que el camino para Heinz, su hijo con Ludwig, un niño de cabello oscuro y sonrisa amable que Diana ya veía como el futuro heredero, quedara libre de obstáculos. Heinz, con su autismo leve y su síndrome del niño emperador, era la pieza central de su plan. Joren, su primogénito, un hombre de complexión robusta y rostro redondo, era visto como una pieza menor en su intrincado ajedrez familiar, alguien a quien podía descartar sin remordimientos si fuera necesario.
Nant, desde Puebla, comenzó a presenciar la dinámica tóxica a través de las conversaciones con Yago. Escuchaba la frustración en su voz, la forma en que su mirada se volvía aún más gélida después de cada conversación con su padre. Ella misma empezó a sentir la tensión. A pesar de la alegría de su noviazgo y la promesa de un futuro brillante con Yago, sus propios conflictos internos no desaparecían. Sus padres en Puebla estaban inmersos en una batalla legal por el divorcio, y la necesidad de apoyar a su madre y su hermana menor, aún muy dependientes, era una carga constante. El dinero, un recurso que parecía escasear por culpa del suegro y los problemas de CIRSA, se convertía en una fuente de ansiedad para ella también, amenazando con sofocar su propio sueño del hospital.
Una tarde, mientras Yago analizaba planos en su oficina de Torres Altamar, con el rostro tenso y la mente corriendo a mil revoluciones por minuto por su TDAH, lo llamó a Puebla. —Mi amor, ¿hablaste con tu padre? —preguntó Nant, su voz suave, con una preocupación que atravesaba la distancia. Yago suspiró, recostándose en el sillón de cuero. —Sí. La misma cantaleta. "Problemas de liquidez". "Ya sabes cómo es el gobierno". Siempre se sale por la tangente, como si supiera más que nadie de cualquier tema, aunque no sea así. Nant frunció el ceño. —Eso no tiene sentido. Tus números aquí son sólidos. Puerto Esmeralda sigue generando ingresos. ¿No podemos...? —No podemos exigirle. Si lo presiono demasiado, me dice que renuncie y empiece de cero —respondió Yago, una amargura evidente en sus palabras. —Él cree que el dinero es suyo, y que nosotros somos sus empleados a su capricho.
Fue entonces cuando Yago propuso lo que ya estaba gestándose en sus mentes como una estrategia conjunta: que Nant se uniera a CIRSA-Veracruz. Con su maestría en administración y su ética intachable, ella podría no solo ayudarlo a controlar las finanzas locales desde su propia área, sino también a prepararse para su verdadero objetivo: construir su propia empresa.
Nant dudó por un instante. Su sueño era su hospital de alta tecnología. Trabajar para CIRSA, la empresa que representaba la fuente de tanta frustración para Yago, parecía un desvío. Pero la lealtad a Yago y la necesidad de estabilidad para su futuro compartido, y para financiar su hospital, pesaron más. Sabía que con su conocimiento de Hacienda y Seguro Social, podría ser invaluable para Yago. Aceptó. No se mudaría de inmediato; el plan era que trabajara a distancia o con viajes frecuentes al principio, mientras preparaban el terreno.
Sabía que no sería fácil. El puente entre Yago y su padre estaba roto, carcomido por años de resentimiento y manipulación. Y ahora, ella, Nant, estaba a punto de cruzarlo también, hacia un terreno donde las sombras de Ludwig y Diana se cernían, amenazando con oscurecer su propia luz y la de su sueño. La distancia les ofrecía una pequeña protección, pero sabía que la verdadera batalla se libraría cuando sus caminos se cruzaran más directamente con la matriz de CIRSA en Puebla.







