Mientras Yago lidiaba con la vorágine de sus responsabilidades en CIRSA-Veracruz, Nant continuaba con su vida en Puebla. Su departamento, ahora más que nunca, era su santuario, un espacio para concentrarse en su sueño del hospital de alta tecnología y especialidad. Pasaba horas investigando equipos médicos, analizando modelos de gestión hospitalaria y puliendo su plan de negocios, cada línea escrita con la fe inquebrantable de que Yago le ayudaría a conseguir el capital necesario. Los problemas familiares con el divorcio de sus padres seguían siendo una carga emocional y, a veces, económica, pero su visión de un futuro con Yago, donde su hospital se hiciera realidad, era el faro que la guiaba.
La distancia física entre Puebla y Veracruz no disminuía la intensidad de la relación entre Nant y Yago, pero sí acentuaba el peso de la situación de Yago. Ella escuchaba, a través de sus videollamadas nocturnas, la creciente frustración de su pareja. Yago, con su mirada fría que a menudo ocultaba un torbellino de emociones, se mostraba cada vez más tenso. Su TDAH, en lugar de ser el motor de su creatividad, a veces lo sumía en un ciclo de irritabilidad y dificultad para concentrarse, especialmente cuando las evasivas de Ludwig se volvían más descaradas.
—No entiendo, Nant —decía Yago, recostado en su sillón de la oficina en Torres Altamar, su voz cargada de agotamiento—. Los números de Puerto Esmeralda son excepcionales. Hemos batido récords de ventas. ¿Cómo es posible que Ludwig diga que la liquidez de CIRSA es "ajustada"? Es un descaro.
La sombra de Ludwig se cernía, no solo a través de las llamadas evasivas a Yago, sino a través de documentos que Yago aún recibía. Un día, mientras revisaba un reporte trimestral de la matriz, la mirada de Yago se detuvo en una transferencia de fondos inusual. Una suma considerable había sido movida de las cuentas operativas de CIRSA a una cuenta personal. La firma: Ludwig. No era un "ajuste de liquidez", era un desfalco directo que drenaba las finanzas de la empresa para beneficio propio, mientras sus empleados, incluido su propio hijo, esperaban sus pagos. La ira helada de Yago era palpable, incluso a través de la pantalla. Ludwig, por su parte, no mostraba interés en los asuntos personales o profesionales de Nant; su atención estaba enteramente monopolizada por sus problemas financieros y el control sobre Yago.
Pero la carga de Yago no era solo económica. Una nueva forma de asedio comenzó a manifestarse, sutil al principio, luego más persistente. Mensajes anónimos empezaron a llegar a su teléfono personal. Números desconocidos. Perfiles falsos en redes sociales, sin nombres ni fotos de perfil reconocibles. El contenido, sin embargo, era inconfundiblemente personal, cargado de alusiones a su pasado y a momentos íntimos. La mayoría eran textos provocadores: "Sé lo que te gusta, Yago. Nadie te toca como yo" o "Te recuerdo, y sé que tú a mí también."
Luego, comenzaron a llegar las fotos. Imágenes sugerentes de un cuerpo femenino, a menudo en poses seductoras, pero con el rostro siempre hábilmente oculto: un ángulo que lo obviaba, una sombra, o incluso un brazo estratégicamente colocado. Eran fotografías íntimas que solo Belem, su exnovia, podría tener, o que ella misma se tomaba para él. No había duda de que era ella, aunque su identidad permanecía velada para el resto del mundo. La crueldad de Belem era evidente en cada pixel. Quería perturbarlo, recordarle una parte de su pasado que Yago, con su amnesia selectiva, intentaba enterrar. La pura toxicidad de esas imágenes y mensajes era un contraste brutal con la ética que Nant había inculcado en él.
Yago borraba los mensajes y las fotos de inmediato, bloqueando los números una y otra vez. Pero Belem, obsesionada y llena de resentimiento por haber sido "reemplazada" por Nant, encontraba siempre una nueva vía. El asedio era constante, silencioso, y lo sumía en una irritación profunda que Nant, desde Puebla, notaba en sus llamadas.
—¿Estás bien, mi amor? Te siento más estresado de lo normal —preguntó Nant una noche, su voz dulce y preocupada. Ella, con su mente analítica, ya había percibido un cambio en su Yago, una tensión adicional que no podía atribuir solo a Ludwig. Yago suspiró, frotándose el puente de la nariz. —Sí, solo... más problemas con la empresa. Mi padre... las finanzas son un caos. Y me siento impotente.
No le hablaba a Nant directamente de Belem. Quería protegerla de esa toxicidad, de la crueldad que sabía que la heriría profundamente. Bastante tenía ella con la situación de sus propios padres en Puebla, con el inminente divorcio que la obligaba a asumir más responsabilidades y preocupaciones económicas de las que una joven de su edad debería.
En una de las visitas de Nant a Veracruz, o quizás durante una videollamada grupal con Yago y su familia, Diana se dirigió a Nant de una forma particularmente sutil y afectuosa. Su cabello rubio impecable y su sonrisa radiante contrastaban con la tensión general.
—Nant, querida —dijo Diana, con una voz suave y melosa que apenas un susurro—. Desde que te conocí, sentí una conexión especial contigo. Yago siempre ha necesitado a alguien como tú a su lado. Eres tan... dulce y con esa cabeza tan bien amueblada. Sabes, puedes contar conmigo. Puedes verme como una amiga, una confidente. Una segunda madre, si quieres. Estoy aquí para lo que necesites, para escucharte, para guiarte en esta familia tan... particular.
Las palabras de Diana, tan inesperadamente tiernas y cálidas, tocaron una fibra sensible en Nant. Acostumbrada a la fría lógica de los negocios o la tensión en su propia familia, la oferta de apoyo y cercanía de Diana la sorprendió y, para su propia sorpresa, le agradó. Nant, con su corazón bondadoso, sintió un rayo de esperanza, la posibilidad de tener una figura materna y de apoyo en el complicado entorno de Yago.
Esa misma noche, Nant, emocionada, le comentó a Yago sobre la conversación con Diana. —Mi amor, ¿sabes qué? Diana fue muy amable conmigo hoy. Me dijo que podía verla como una amiga, una confidente, ¡hasta una segunda madre! Siento que podríamos llevarnos muy bien. Quizás no es tan mala como pensabas.
Yago, que ya conocía a la perfección las complejas y manipuladoras estrategias de Diana, frunció el ceño. Su mirada fría se posó en Nant con una mezcla de preocupación y advertencia. —Nant, sé que lo dijo de una forma muy dulce, pero no te confíes de Diana. Ella no hace nada sin un propósito oculto. Todas sus palabras, sus gestos, están calculados. Lo que ella realmente quiere, mi amor, es el control. Quiere controlarte a ti, y a través de ti, tenerme aún más controlado a mí. No la subestimes. Es muy peligrosa.
Las palabras de Yago fueron un balde de agua fría para Nant. Su entusiasmo se desvaneció, reemplazado por una cautela. La advertencia de Yago chocaba con su impresión inicial, creando un dilema interno. ¿Podría ser Diana tan maquiavélica como Yago la describía? La inocencia de Nant empezaba a resquebrajarse ante la cruda realidad de las relaciones de poder en la familia de Yago.
A pesar de la creciente presión, las conversaciones entre Yago y Nant sobre su futuro se volvían más intensas, más urgentes. Sentados cada uno en su respectiva ciudad, Yago en su sala en Puerto Esmeralda con el sonido relajante de las olas en la distancia, y Nant en la suya en Puebla, hablaban de su propia empresa. Yago, con su mente TDAH en ebullición, garabateaba ideas en una libreta. Nant, con su calma metódica, proyectaba números y estrategias, imaginando el día en que con el dinero que Yago ganaría, ella abriría su hospital de ensueño. La idea no era solo escapar de Ludwig, sino construir un legado. Un imperio que no estuviera manchado por la manipulación y la avaricia. La sombra de CIRSA se cernía sobre ellos, pero bajo ella, la semilla de un nuevo y audaz proyecto comenzaba a germinar, alimentada por la rabia de Yago y los nobles ideales de Nant. La tensión crecía, pero también su resolución.