La atmósfera en la oficina privada de Alina Korályova había cambiado de una manera irreversible. El aire, usualmente cargado de estática corporativa y frialdad calculada, ahora pesaba con una densidad íntima, casi confesional. La asistente, una mujer que llevaba años entrenada para ser una sombra eficiente, se puso de pie, alisándose la falda con movimientos mecánicos, todavía procesando la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Había visto detrás de la cortina de hierro; había visto a la niña asustada que vivía dentro de la ejecutiva más temida de KORALVEGA.
La asistente asintió con la cabeza, una señal muda de que la sesión de "estrategia íntima" había concluido y que volvía a su rol operativo. Giró sobre sus talones para dirigirse a la puerta, lista para ejecutar la lista de tareas imposibles que su jefa le había encomendado.
—Espera —la voz de Alina detuvo el tiempo una vez más.
No fue un grito, ni una orden ladrada como las de Viktor. Fue una petición firme.
Alina se puso de pie.