La flota de camionetas blindadas se deslizó por las avenidas arboladas de Polanco, el epicentro indiscutible del lujo en la Ciudad de México. Pasaron frente a escaparates de alta costura, embajadas discretas y restaurantes donde se cerraban tratos de millones entre el primer y el segundo plato. Pero el destino de los Korályov no era una boutique, sino un monumento a su propia ambición.
La Torre KORALVEGA se alzaba como una lanza de obsidiana y acero cortando el cielo de la capital.
Era un rascacielos lógico para la zona, pero diseñado para intimidar. Mientras que otros edificios buscaban ser ecológicos o amables con el entorno, la sede de KORALVEGA era un bloque sólido, oscuro y vertical, una reinterpretación moderna del brutalismo soviético mezclado con la elegancia mexicana.
Al bajar de los vehículos en la entrada privada, Viktor se detuvo un segundo para mirar hacia arriba, hacia la cima que se perdía en el azul intenso del cielo del valle.
Para Viktor Korályov, la arquitectura era