Mientras en la universidad, ubicada en otro estado de la República, la realidad de Nant cambiaba con una tarjeta negra sobre una mesa de formica, en la capital del país, la imponente Ciudad de México —esa entidad federativa que late con un ritmo propio y voraz—, el día comenzaba con una cadencia muy distinta en las lomas más exclusivas de Bosques de Chapultepec.
La mansión de los Korályov de la Vega no brillaba; imponía.
A diferencia de la residencia de Diana, que gritaba su riqueza con columnas doradas, mármol excesivo y una fachada que parecía un pastel de bodas nouveau-riche rozando la vulgaridad, la casa de Viktor era una fortaleza de old money. Era una estructura sobria, cubierta parcialmente por hiedra perfectamente podada, con muros de piedra volcánica y maderas oscuras que absorbían la luz de la capital en lugar de reflejarla con estridencia.
Por dentro, el lujo era moderno, pero con esa sofisticación que solo da el linaje. No había excesos innecesarios. Los pisos eran de made