La inmensa sala de juntas del piso 50 era un reflejo de la mente de Viktor: sobria, intimidante y funcionalmente perfecta. Alrededor de la mesa de ébano macizo se sentaban los directores de cada arteria vital que mantenía vivo al gigante KORALVEGA.
El aire estaba cargado de cifras y terminología técnica.
El director del departamento legal desglosó los litigios activos y los amparos preventivos; el enlace gubernamental detalló el estatus de las licitaciones federales, estatales y municipales, asegurando que los "acuerdos de caballero" con ciertos gobernadores seguían en pie. El jefe de obras presentó el avance físico de los megaproyectos de infraestructura, y el director financiero cerró la sesión con el comportamiento de la acción en la bolsa, que mostraba una estabilidad envidiable, aunque —y esto nadie se atrevió a decirlo en voz alta— un crecimiento menor al de CIRSA.
Cuando el último gráfico desapareció de la pantalla gigante, se hizo un silencio reverencial.
Viktor, sentado en la